Por Abel Medina Sierra
En el ámbito de la literatura, existen obras que tienen un nacimiento modesto y escasas expectativas, pero que, con el tiempo y la justicia sobre sus lomos, con el reconocimiento que les confiere los lectores, se convierten en apetecidas joyas editoriales.
Guardando las proporciones, en La Guajira, dos títulos con el tiempo van cotizando su valor documental y simbólico. Obras que se han convertido en “rarezas” por su escasa disposición en bibliotecas y en eso, sus autores, tienen algo de culpa. Una de ellas es el libro ‘El verdadero Francisco El Hombre’, editado por Mejoras en Barranquilla en 1982 y su autor es Ángel Acosta Medina. Se trata de una obra que, sistematiza datos, fotografías, testimonios y versiones de una tradición oral sobre el mítico Francisco que, por primera vez, es visto, no como producto de la imaginación popular o el realismo mágico de García Márquez, sino como el campesino, horticultor y acordeonero.
Me he dedicado, desde que comencé a investigar sobre música vallenata, a rastrear esa obra y no he podido conseguir un ejemplar. Ni siquiera, mi contertulio, su hermano, Luis Eduardo Acosta lo tiene. Una sola vez tuve un ejemplar en mis manos, al que accedí en una biblioteca privada del sur de La Guajira que, por razones que entenderán, no pienso identificar. En ninguna biblioteca pública se encuentra. Indagando un poco sobre el asunto, una bibliotecaria en Riohacha, me dio unas razones que parecen dar una explicación: el autor se ha dedicado a indagar quién tiene el libro, lo pide prestado y no lo regresa. No sé qué tan cierto sea esto o si es una leyenda que ahora se desprende sobre la obra de un legendario Francisco Moscote. Pero lo cierto es que, la obra ha ido desapareciendo, es una rareza que cuesta conseguir.
Ángel Acosta Medina nos viene prometiendo desde hace más de 20 años una nueva edición, corregida y actualizada, pero los que quieren ahondar en la vida y obra del hombre del que se dice derrotó al demonio, tienen que ir a buscar en otras 4 obras publicadas posteriormente por otros autores y no en la más confiable y rigurosa documentación sobre nuestro máximo héroe cultural.
La otra joya preciada es el poemario ‘Guacariwa’, acrónimo que nos remite a Guajira, Caribe, Wayuú; publicada a inicios de los 90. Su autor es el poeta peninsular por excelencia: Víctor Bravo Mendoza. Recuerdo, en especial, el poema ‘Los pasos de la ira’, muy a lo César Vallejo; retrato lacerado de una guajira que, según el poeta, fue echa un día en que Dios, emputado, pasó por acá, con afán y desdén. Algunos de los poemas de este libro, tuvieron la fortuna de una segunda vida en posteriores publicaciones del poeta.
Lo curioso es que, el Víctor jubiloso que anunciaba esa nueva obra cuando fue editada, después comenzó a recoger, silencioso, los libros que antes había hecho circular. No solo esto, la obra ‘Guacariwa’, extrañamente se invisibilizó en la trayectoria bibliográfica del autor. Usted nunca encuentra en un perfil de Víctor Bravo que, entre sus obras publicadas, existe una llamada ‘Guacariwa’, algo así como un hijo negado por su padre. En cierta ocasión, le pregunté a Bravo las razones de haber querido borrar este fruto de su fecunda pluma. Confesó que en la edición se cometieron tantos errores que trató de reunirlos y un día, con “pasos de ira” hizo una “pila” y los quemó al mejor estilo de un inquisidor.
Conozco un amigo que tiene un ejemplar que cuida en caja fuerte. De vez en cuando, le toma una fotografía a la portada y me la envía como quien muestra el cofre de un tesoro incalculable. Al igual que mi amigo Víctor, a veces he querido desaparecer uno de mis primeros libros del que no me siento tan orgulloso como cuando lo edité. Pero los hijos, salgan “bonitos” o “maluquitos”, son nuestros hijos, al fin y al cabo.