Así como la alegría y el dolor, la pasión y la razón también hacen parte de la esencia de la vida. Vivimos en un mundo muy convulsionado con los espíritus alterados por el vaivén del día a día.
Todos quieren el triunfo nadie quiere el fracaso. Todos quieren el dinero y el poder, la pobreza es una mancha que no la quiere ninguno. Luego entonces, en ese escenario, se establece una lucha del hombre por el hombre.
Unos se enfrentan con sus plataformas ideológicas, defendiendo unas tesis, a través de la retórica, el discurso, los argumentos y fundamentos. Mientras que, por otro lado, está la ambición desmedida por el poder y el dinero con un apetito voraz llevándose por delante todo lo que se atraviese. Todo esto se ve reflejado en la vida cotidiana, en los gobiernos y en la democracia.
Se enfrentan las familias, los ciudadanos, los líderes, los comunales, los gobernantes y los ediles por el mejoramiento de la calidad de vida y el desarrollo humano de las personas. Cada vez la vida es más difícil, más necesidades insatisfechas, menos oportunidades de ingresos dignos y decentes para la familia, más descomposición social, más inseguridad ciudadana, más dosis del bajo mundo y el narcoterrorismo, más grupos al margen de la ley y más del conflicto armado interminable.
Derraman nuevas auroras y no hay ni libertad ni orden en Colombia. Todo sigue su curso de trámite pero no se avisará una luz de esperanza al final de este túnel que es cada vez más gris y oscuro.
Pese a que tenemos esa gran responsabilidad con las próximas generaciones y con la posteridad de dejarles un mundo mejor y que en Colombia cambiamos periódicamente en busca de nuevos protagonistas en el nivel territorial y nacional, el ciudadano secular siente que las cosas no mejoran y siguen de mal en peor porque los flagelos incrustados en la democracia y el desarrollo del país, lo mantienen estancado pese a la voluntad política de quienes gobiernan.
Sálvese quien pueda, parece ser la expresión y el común denominador de esta coyuntura social, donde el pueblo transita por la derecha, por el centro y la izquierda, sin resultados en el corto y mediano plazo.
Sálvese quien pueda y quien tenga más saliva que trague más harina. Cuánto tienes, cuánto vales, es el principio de la gran filosofía del mundo de hoy. Pareciera que la suerte y el destino del país estuvieran al azar y no en manos del hombre. Unos le apuestan a la paz, otros a la guerra. Unos al desarrollo del país, otros al estancamiento del mismo. Se trata mucha veces de gobernar el país, sin conocerlo plenamente. Otras veces se gobierna desde el frío páramo de las papas sin conocer el territorio.
Luego, aparece una pandemia desastrosa de treinta meses que aisló al país y, de remate la crisis migratoria más grande de Latinoamérica la complementó y dejó muchas secuelas y consecuencias funestas. Ahora la naturaleza misma se pone de manifiesto con unas fuertes olas de calor que han reemplazado las lluvias y los temblores fuertes se asoman en el centro del país como una amenaza y un riesgo inminente para que se salve quien pueda.
Aquí hay que aprender de las experiencias del pasado y seguirse preparando para algo que tal vez nunca ocurra antes de que ocurra algo para lo cual nunca nos hemos preparado. Visionar el futuro nos llevará siempre a planificarlo e intervenirlo para no padecerlo. No podemos dejar en las manos del azar y de la propia suerte nuestro propio destino.
La coyuntura y la oportunidad deben encontrarnos preparados para sortearla, sino estaremos perdidos. Es por eso que no podemos seguir incurriendo en los errores del pasado. Estamos obligados de manera imperativa a cambiar de actitud y de pensamiento en la forma de hacer las cosas.
No podemos seguir haciendo lo mismo y pensando lo mismo y esperar que las cosas cambien solas. Hay que imprimirle acción a las ideas en busca de los cambios y las transformaciones que requiere nuestro país. Sin olvidar que desde la globalización compiten más las regiones que los mismos países, por eso, desde la periferia hacia el centro en el país deben propiciarse los cambios.
Hay que empuñar banderas y causas justas desde cualquier rincón. No puede la desidia, ni la corrupción, ni el narcoterrorismo, ni una narcodemocracia arrodillar a todo un país. Los grandes solo son grandes porque el pueblo los mira de rodillas y la miopía no deja ver la inmensidad de oportunidades que hay detrás del bosque.