“Cuando tu ibas con el maíz, ya yo lo traía tostado”; era uno de sus tantos dichos. ¿Y quién se atrevía a contradecirla? Si el fuego con que lo tostaba provenía de la sabiduría adquirida a lo largo de sus muchos años en la universidad de la vida, donde se supo graduar con honores.
Pay aún en su tiempo fue una mujer de otro tiempo, un tanto vanguardista, que cuidaba de su espíritu alegre con esmero, en el amplio círculo social que la mantenía llena de amigos.
En su Singer a pedal creaba piezas perfectas, interpretando el querer de sus clientas como el músico que conoce y lee su partitura para comprobar la satisfacción de la labor bien hecha, con la sonrisa que le brindaban cuando estaban frente a la prenda terminada y sus creaciones aún se aprecian en las fotos en blanco y negro de algunas novias, reinas y quinceañeras.
De convicciones fuertes y amistades duraderas, liberalaza, vestida de rojo en épocas de elecciones, erguida y derecha, orgullosa y correcta, devota de la Virgen y llena de amor por su tierra y su gente.
No era zalamera o empalagosa, Pay demostraba su afecto con actos.
Como aquel 16 de julio en que afanada le salió al encuentro a una nieta vestida de blanco, pues intuía que la hija, en sus múltiples afanes, retardaría la importante cita eucarística y desesperada, la mandaría sola, mientras terminaba de alistarse… Ahí estaba Pay: oportuna y sonriente, esperando la muchachita a mitad de camino, que aliviada y contenta llegaría a la catedral de la mano de su abuela, su eterna ancla.
A través de sus gafas fondo botella, distinguía liendres, piojos y criazón y peinecito en mano, espulgaba la cabeza de su prole, lisos o tusos, todos eran aliviados con las manos de pianista, largas y delgadas de una pulcra abuela, que libraba de generación en generación una batalla campal contra los bichos del cuerpo, sean piojos o lombrices, ella tenía el palito para erradicarlos.
A los nietos revijíos y pasmados los ayudaba a crecer con jalea real americana, encargada a los comerciantes de la comarca y a las ñongas, les domaba el paraco a punta de bergamot. Pay se vestía de colores y se fumaba su Pielroja antes de irse de fiesta a los bailes del Club Infantil, donde era feliz, con Juanita, las Carmen, las varias Ichas, una Yaya y una Clara, entre otras; y temprano se levantaba a seguir cosiendo, tarareando los éxitos de Rafael y viendo las telenovelas venezolanas en el canal de Univisión, no sin antes impartir las instrucciones para mover la antena en dirección fronteriza, para captar mejor la señal.
Su vida sencilla, serena y feliz, un día dio un vuelco, la violencia llegó a su casa y le arrebató un pedazo de su alma… ella siguió viviendo pero atenuó su risa, oscureció sus vestidos y nunca más bailó. Sin embargo conservó su ternura para el resto de su familia y valiente y erguida mostraba su temple y dignidad inquebrantable.