La Constitución de Colombia garantiza la libertad de enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra a través de su artículo 27, mientras que el artículo 67 destaca la educación como un derecho individual y un servicio público destinado a fomentar el acceso al conocimiento, la ciencia, la técnica y otros valores culturales.
Esta visión de la educación busca no solo impartir conocimientos, sino también formar ciudadanos comprometidos con los derechos humanos, la paz, la democracia, y que contribuyan al desarrollo cultural, científico, tecnológico y a la protección del medio ambiente. Dentro de este marco, se presta especial atención a los menores de edad en etapas educativas fundamentales como la primaria y la secundaria apoyándose en el artículo 44 de la Constitución y el principio del interés superior del menor.
La Corte Constitucional reconoce la educación como un derecho esencial para los niños y jóvenes, quienes por su vulnerabilidad necesitan un apoyo reforzado del Estado, la comunidad y las familias. El Código de Infancia y Adolescencia refuerza este punto, obligando al Estado a proporcionar una educación de calidad y accesible, facilitando tanto la proximidad de las instituciones educativas como la adopción de tecnologías que aseguren el acceso educativo en todo el territorio.
La Unesco considera la educación un derecho humano fundamental, crucial para la eliminación de la pobreza y la reducción de desigualdades, contribuyendo a un desarrollo sostenible. A pesar de esto, hay 244 millones de niños y adolescentes que se encuentran privados de educación por barreras socioeconómicas o culturales en el mundo. La educación emerge como una herramienta vital para el empoderamiento de los más vulnerables y juega un papel clave en la promoción de otros derechos humanos fundamentales.
El desafío más grande no reside en identificar las carencias del sistema educativo, sino en la falta de acción para abordarlas frente a evidentes advertencias. La polarización social en aumento, la politización de Fecode, y la proliferación de la desinformación son síntomas de una crisis de conocimiento que pone en peligro tanto los valores democráticos como el progreso sostenible.
Enfrentar esta crisis demanda más que una renovación de los programas educativos; requiere una transformación profunda al realizar la labor educativa, superando la inclinación de la Federación a destacar en la arena política en detrimento de la calidad educativa.
Ante los alarmantes resultados obtenidos en las pruebas Pisa, la respuesta no debe limitarse a la mera corrección de las lagunas en el conocimiento académico. Es imperativo cultivar un ambiente educativo que valore la lectura, la curiosidad, el análisis crítico y el respeto por la diversidad cultural como fundamentos esenciales de una sociedad que aspire a ser avanzada y capaz de adaptarse a los cambios.
La responsabilidad que nos incumbe es doble. Por una parte, debemos fomentar la capacidad de pensamiento crítico que les permita interrogar, analizar y extraer lecciones de la historia y la cultura que les precede. Por la otra, es vital dotarlos de un entendimiento y valoración de principios universales como la justicia, la tolerancia, la paz y el respeto. Lograr este equilibrio es fundamental para prepararlos no solo para afrontar los retos propios de su época, sino también para que se conviertan en promotores de paz promoviendo un cambio positivo en un mundo urgido de soluciones a desafíos tanto antiguos como nuevos.
Para concluir,se educan para que salgan de la ignorancia, reconozcan la complejidad del mundo actual, celebren la diversidad y fomenten un compromiso genuino con la creación de una sociedad pacífica, más equitativa y empática.
La esencia del aprendizaje reside en la interacción entre nuestro legado histórico y nuestra aspiración a un futuro más promisorio.
Brindar a las futuras generaciones estos conocimientos y herramientas es una obligación que trasciende; constituye el legado más significativo que podemos ofrecer. No necesitamos más reformas a la educación pues la Constitución y la ley son claras y directas. Por ello, es imperativo que Fecode con sus educadores y docentes asuman con entusiasmo este llamado a la acciónpara sacar a nuestros jóvenes y niños de la ignorancia.