A Remberto, el loco del pueblo, se le murió la mamá, la ‘vieja Chepa’, que ya estaba a punto de cumplir los 98 años; toda su existencia la habían pasado en ese viejo rancho de paredes de barro y techo de palma, el mismo rancho que parecía a punto de caerse y en el que ahora reposaba el cuerpo sin vida de la mujer que lo parió y lo cuidó siempre.
‘Rembe’ era reconocido por su infaltable presencia en cuanto velorio hubiese en su pueblo, a él le daba igual si el muerto era el más rico o el más pobre, si era blanco o negro, hombre o mujer, siempre estaba dispuesto a amanecer junto al ataúd, acompañando a la familia; él acompañaba mañana, tarde y noche a los familiares del fallecido, era de los primeros en llegar y el último en irse.
Esta vez le tocó a él, hoy estaba del otro lado de la cancha, ahora era el hijo de la muerta, y sin llorar, se le notaba desde lejos su dolor, su pena interna, siempre fue taciturno, bastante silencioso, introvertido de tiempo completo, sin embargo, esta vez parecía más distraído que antes.
Tenía 58 años recién cumplidos, era el menor de los 5 hijos de ‘Chepa’, el que siempre estuvo a su lado, el que la acompañó hasta el último suspiro, porque sus 4 hermanos, ya organizados, se habían ido, vivían en la gran ciudad y ya establecidos, nunca volvieron, ni se comunicaban para saber de la mamá y menos del hermano loco. Y es que ‘Rembe’, tal vez no era muy cuerdo, pero sí muy responsable y se le medía a cualquier trabajo honrado, con tal de llevar para la comida suya y la de su amada viejita; limpiaba patios, vendía yuca, limones, lavaba ropa, cocinaba, hacía mandados, etc.
Era un loco inofensivo, ingenuo, lo que llaman ‘un niño grande’; su demencia se limitaba a divagar, a hablar para sí mismo y a sus infantiles ocurrencias, lo que no le impedía ser muy laborioso y obediente, además de ser conocido por todos en el pueblo y sus alrededores. En el velorio, a pesar de tanta escasez y pobreza, sus vecinos se habían encargado de que no faltara nada, hicieron una colecta en todo el pueblo para comprar el cajón, algunos habían llevado sillas, café, otros llevaron azúcar, vasos, además, las mujeres le llevaban al afligido ‘Rembe’, comida varias veces al día. Ya eran más de las 9:00 am del día del sepelio de ‘Chepa’, que estaba programado para las 4 de la tarde, cuando uno a uno, casi que en caravana, fueron llegando a la humilde vivienda 4 lujosas camionetas, de las que se bajaron sus hermanos, los otros hijos de la infortunada ‘Chepa’, mientras el cabizbajo e inexpresivo Remberto, divagaba en su mundo de fantasía, sentado en un viejo taburete, en la puerta del rancho seguía rumiando en silencio su interno dolor. Los 4 le pasaron al lado, sin mirarlo siquiera, ignorándolo de manera tal, que era como si no existiese, al fin y al cabo, para ellos, su hermano, siempre fue un loco más. Ya adentro, reunidos los cuatro recién llegados lloraban y lloraban desconsoladamente; «ahora es que aparecen, antes ni preguntaban por ella, los condenados esos», fue todo lo que los escasos presentes a esa hora le oyeron decir a ‘Rembe’, que seguía sin moverse de su puesto.
Faltaban 2 horas para el entierro, el sol era el dueño y señor del ambiente, cuando, de a poco, fue llegando gente de todos los rincones del pueblo, personas de todas las condiciones y edades, era mucha la gente que iba apareciendo a acompañar las exequias; las sillas fueron insuficientes, parecía como si nadie quisiera quedarse sin asistir. Cuando ya faltaban 15 minutos para la hora fijada y había una considerable multitud, decidieron arrancar. Mientras la silenciosa procesión detrás del féretro, que era cargado por 4 corpulentos voluntarios, recorría la polvorienta calle principal, rumbo a la pequeña iglesia, se escuchaba un rumor en voz baja: «yo vine, pero por acompañar a ‘Rembe’, si fuese por esos otros fariseos, no habría venido nunca», eso era un murmullo repetitivo. Casi todos los asistentes esquivaban a los aparecidos hijos de ‘Chepa’, algunos, incluso, sin acercárseles, les dedicaban rápidas miradas de reproche, pero eso sí, nadie se quedó sin darle pésame al menor de los hijos de la fallecida, porque a Remberto lo buscaban para abrazarlo y demostrarle su solidaridad. Salieron de la misa y volvieron a la calle principal, ahora rumbo al camposanto, a la vez que se repetía la misma escena anterior: mientras ‘Rembe’ era rodeado por todos los asistentes, sus hermanos, juntos los 4, parecían aislados del resto y recibían en silencio un desprecio social que nunca imaginaron, de parte de un pueblo que los vio nacer y que aquella tarde, sin decirles palabra alguna, los rechazó unánimemente, pueblo del que se fueron antes del anochecer que se avecinaba y al que no volverían nunca más.