En las democracias, los funcionarios o quienes ejercen cargos públicos, se rigen y limitan por leyes específicas. Cuando un empleado jerárquico, en forma deliberada a hurtadillas o con propósitos diferentes, inherentes a su cargo, está faltando a sus deberes, viola las leyes estatales.
Los valores democráticos: honestidad, responsabilidad, libertad, justicia social, respeto, entre otros, son los que promueven y mantienen nuestra convivencia como sociedad; estas características y cualidades nos permiten avanzar como tal. Sin estos valores, es imposible que una sociedad regida por un sistema democrático, desde un punto de vista político y social, no alcance los objetivos que la sostiene. Fuera de este contexto, estaríamos navegando en aguas de una “seudodemocracia”, a portas de una dictadura.
Bajo el techo de la “seudodemocracia”, hace rato que nos vienen vendiendo la idea que, quienes ostentan y han ostentado la primera magistratura del país, son grandes patriotas. Un falso patriotismo, con inclinaciones al nacionalismo. Sin embargo, es necesario establecer la particularidad entre patriotismo y nacionalismo: el patriotismo es defensivo con tendencias militares, mientras que el nacionalismo está en el deseo constante de poder.
El patriotismo, según lo describe el novelista Romain Gary, “es el amor a los propios”, o sea, a los mismos que lo conforman, mientras que el escritor inglés, George Orwell, define el nacionalismo como “un hambre de poder mezclada con el autoengaño”. La sumatoria de los dos conforma el partido de quienes nos gobiernan hace más de dos décadas. Es poca la diferencia entre Democracia y Totalitarismo.
Razones suficientes hay, señalando al Gobierno actual, con el apoyo del Congreso, no ha sido honesto con el pueblo. La aprobación a la reforma de la ley de garantías, es un acontecimiento político como muestra fehaciente para determinarlo así. El pregón del gobierno, democracia con austeridad y transparencia, con hechos que demuestran lo contrario, son prácticas del totalitarismo. “Unos más que otros, pero engañados, estamos todos”. Este contraste lo describe en la sentencia bíblica, el profeta Jeremías: “tenemos ojos, y no queremos ver; tenemos oídos y no queremos oír”. A los políticos les conviene esa actitud del pueblo. Los acontecimientos de la reforma de la Ley de Garantías, de amplio despliegue en las redes sociales, no son igual en la prensa nacional, son restringidos por obvias razones.
Se habla de austeridad, transparencia y lucha frontal con la corrupción, pero abren las compuertas del dique que controla la práctica enquistada en la clase política colombiana; la corrupción. Critican los sistemas de gobierno de otros países, atemorizando a la gente con posibles expropiaciones, pero en Colombia esa práctica es valedera, porque dentro de los artículos aprobados, hay uno que expropia los pocos ahorros, hasta $92.000, en cuentas bancarias, sin movimientos en un año. Queda a su consideración quienes serán los perjudicados. Lo cierto es que los banqueros, los responsables de los llamados “crímenes económicos”; son los “macro-consorcios”, los que controlan el sistema financiero y los que producen pobreza, desempleo, hambre y financiadores de guerras.
Plantea, Noam Chomsky, que el elemento para tener control social es la “estrategia de la distracción”: desviar la atención del pueblo sobre los problemas importantes y de los cambios que deciden las elites políticas y económicas, mediante informaciones insignificantes. El análisis del gobierno actual, es ese; mentirle descaradamente al pueblo. Es importante recordar que, quien funge como presidente, fue senador. Escribió, en 1998, una columna contra de quien es su mentor, tratándolo de “oportunista” y que “estaba identificado como escudero de las convivir… expresión clara de la extrema derecha”. Por otra parte, en un acalorado discurso en el senado manifestó: “Hay que buscar que la ley de garantías se mantenga…evita que el partido de gobierno perpetúe sus instancias en el poder”.
Como conclusión, resalto un aparte de la fábula “El amo de los monos”, parábola china del siglo XIV. Donde determina la interpretación negligente del poder político. Dice que “algunos hombres gobiernan a sus pueblos mediante tretas, y no por principios rectos. Así mismo, concluye que a pesar de toda la gente no se enterado por su insensibilidad, pero cuando se ilumine el conocimiento, las tretas dejarán de funcionar. Por tal razón, en este sentido, la democracia es una forma de convivencia social, donde los límites temporales son necesarios para no perpetuarse en el poder.