Por María Isabel Cabarcas
¡Creo, creo, creo en mí! expresa el coro de la emblemática canción de Natalia Jiménez que alguna vez me recomendara escuchar mi muy querido amigo Fray Osvaldo, quien, durante mi embarazo y primeros meses de nacido de mi hijo, se convirtió en un sabio consejero espiritual, siendo párroco de la Iglesia San Francisco de Asís en la cual me congregara por varios años como parte de la comunidad Emaús Mujeres.
Su intención era quizás, invitarme a hallar en la poderosa letra de esa espectacular canción, fortaleza, valentía, autoconfianza y resiliencia. Todos estos esenciales factores en los más difíciles momentos de nuestra existencia desde los cuales nos adentramos en una búsqueda interior para alineamos con nuestro sentido y propósito de vida para seguir adelante por los intrincados senderos de la existencia humana.
Cada vez que la escucho lo recuerdo, siempre asertivo, sabio, paciente, mesurado, de escucha atenta y voz tenue. Hay personas que pasan por la vida de otros dejando una huella de imborrable afecto y por quienes se llega a sentir perenne gratitud, y quizás de eso se trata un poco, el cruce de caminos donde coincidimos con otras personas.
Comienzo a escribir esta columna el primero de marzo, sabiendo que puedo llegar a terminarla hoy mismo o los próximos días. Me aferro con convicción al objetivo que, el mensaje que quiero dejar en ella pueda tocar las fibras más sensibles del corazón de cada mujer del mundo que se adentre en estas letras en búsqueda de la respuesta al porqué del título que la acompaña.
En el sublime momento de inspiración que se detona en mí, quizás lo primero que llega generalmente a mi mente es el título de lo que quiero escribir. De allí se desprende esta sorora invitación, a propósito del 8 de marzo, fecha icónica en la que conmemoramos nuestro día internacional.
Muchas mujeres crecimos escuchando innumerables veces que éramos el: sexo débil. ¿Débil? De ello no tenemos nada y eso lo sé con más certeza hoy en mi vida adulta. También nos dijeron que nacimos para ser el gran soporte de la sociedad pues nuestro aporte a la humanidad históricamente estuvo circunscrito a la tarea biológica de procrear y de ser las cuidadoras naturales de la familia, rol antes no compartido con los hombres o al menos no de la misma forma durante centurias.
Que debemos estar calladitas porque así nos vemos más bonitas y que además, más temprano que tarde debemos conseguir marido porque de lo contrario “nos dejará el tren” o “nos quedaremos para vestir santos”y por supuesto, que debemos sí o sí, tener hijos pronto pues esa es nuestra misión en esta vida y lo que le da sentido a quienes somos. ¿En qué momento exacto de la historia de la humanidad alguien se atrevió a cuestionar eso? No lo sé, pero celebro que así haya sido pues de lo contrario no habríamos conquistado la libertad que hoy disfrutamos para diseñar nuestro proyecto de vida, ni habríamos alcanzado todos los espacios posibles de los que hoy gozamos, ni nos propusiéramos ganar, aquellos en los que aún existen asignaturas pendientes con nuestro género y que hoy más que siempre requieren, de nuestra valiosa huella femenina.
Los espacios de participación política y los roles gubernamentales son por ejemplo, algunos de ellos pues es allí donde se toman las más importantes y trascendentales decisiones en beneficio de la sociedad y ello no es una tarea menor.
Sigo pensando que cada proyecto de vida es una obra de arte que debe partir necesariamente de cada personalidad, y de los anhelos, sueños y deseos de cada artista, y cada mujer lo es. Las decisiones que tomemos deben ser concebidas de manera libre, y lejos de las presiones sociales que sobre nosotros recaen desde pequeñas.
Tener o no una familia, disfrutar de la soledad, estudiar, viajar, trabajar, elegir pareja, profesión u oficio, en una palabra, vivir, debe suceder en libertad y como resultado de la singularidad de cada una de nosotras. Por mucho tiempo la vida de las mujeres que nos antecedieron en las múltiples luchas de nuestro género, estuvieron marcadas por la obligatoriedad de lo que a ellas se les imponía y lo que de ellas se esperaba.
Hoy la autonomía es una realidad y aunque aún se padecen dolorosos flagelos como todos los tipos de violencias, seguimos en nuestro dinamismo femenino conquistando espacios y ganando terreno en todos los campos en los que por largo tiempo no tuvimos ninguna injerencia. Una razón más para incidir con más determinación, desde lo colectivo y sobre la sororidad como base de nuestro relacionamiento entre pares.
Hoy recuerdo uno de los más insistentes consejos de mi madre: “Hija, trabaja, estudia y ten tus propios espacios. Para que, si en algún momento de tu vida llega una pareja, y esa relación no funciona, no te quedes allí por necesidad”.
Mientras escribo mis ojos se anegan, pues el valor de su sabiduría maternal y su amor me han acompañado de forma trascendente aunque su presencia física ya no, y eso me hace agradecer aún más, la maravillosa forma como me motivó e impulsó desde muy pequeña a ser la mujer independiente, autónoma, valiente y resiliente que soy hoy y que cría y educa a un niño que un día será adulto, para que reconozca a las mujeres como iguales en derechos, y que forje relaciones respetuosas, constructivas y equitativas a lo largo de su vida.
Anhelo que cada mujer se atreva a descubrir hoy en nuestro día y siempre, la inconmensurable fortaleza que llevamos dentro y que esta no deba necesariamente aflorar en los momentos difíciles para reconocerla como parte de nuestro ser, si bien es allí donde más utilidad nos representa para superar aquello que nos sucede y que no somos nosotras: Son circunstancias y ellas (las circunstancias) no nos definen.
Si eres mujer, esta invitación del 8 de marzo de 2024 es para ti: ¡Ámate desde el alma!, si eres mamá o si no quieres serlo, si estudias, si trabajas, si eres afro, indígena, alta, no tan alta, delgada, atlética, si nadas, te gusta correr, practicas algún deporte, si cantas, si escribes, si eres creyente o si no lo eres, si eres poeta, escritora o periodista, si te gusta viajar o no, si cocinas o si no lo haces, si anhelas una familia, o si eso no es lo tuyo, si sabes bailar o si no, si estás sana o atraviesas por un momento de enfermedad, si eres ama de casa, si tienes trabajo o si estás en búsqueda, si eres emprendedora, empresaria, política, lideresa comunitaria, maestra, abogada, administradora, vendedora, ingeniera, si eres ejecutiva, directiva… si eres mujer: ¡Ámate desde el alma y cree en ti!
¡Cree en ti y ámate desde el alma! Pues el amor propio el principio esencial de cualquier relación que quieras edificar, y es una de las más bellas formas de expresión del amor que puedes llegar a sentir de ti contigo misma, y de ti para ti, y de donde fluye abundante y generoso todo el amor que compartes con el mundo. Reconoce la fuerza de la divinidad que habita en ti, y ¡Ámate desde el alma, mujer!