La madrugada del 25 de febrero de 1974 la cuadrilla de embarradores se tomaba la ciudad. Sus figuras de cieno y anónimas como sacadas de un rodaje de terror de cuyos cuerpos se desprendían pedazos de barro asaltaban con sus abrazos a los amanecidos, a las comparsas y a los trasnochados del pilón festivo del Carnaval. Riohacha se desperezaba en las pocas calles que conformaban el diseño urbano de una de las más antiguas perlas del Caribe. Era el microcosmos de los barrios Arriba y Abajo.
En esa época la marihuana había colmado de ostentación a unas cuantas familias a las que la mala hierba había convertido en prósperas y adineradas, sustituyendo el ideal de éxito de la sociedad, que antes confiaba todo el prestigio social en el logro de sus profesionales y comerciantes. Los marimberos se convirtieron en ídolos de barro. Transgredieron los principios de la conservadora y antigua ciudad, violentaron su armonía e impusieron el discurso agreste de las armas y su lenguaje indecoroso, vulgar y ufano.
Reginaldo Bernier Curiel, ‘Piade’, traía el entusiasmo impregnado en su disfraz de embarrador como su padre, sus hermanos y generaciones de su familia, su carácter rebosaba barro festivo y deseaba compartirlo en el goce pagano en ese ritual sin códigos que es el abrazo del embarrador. Un disparo certero de un marimbero ofendido acabó con su vida y mató el Carnaval de 1974. La reina ordenó la suspensión de la fiesta. Había luto en los corazones y las lágrimas cayeron como lluvia al despuntar de un nuevo día. Había muerto un embarrador, le habían dado un tiro al Carnaval.
Unos meses más tarde, un concurrido cortejo fúnebre transitaba con pesar por la Calle Primera camino a la Catedral, el benemérito rector fundador de la universidad coma, beba y sea feliz, Francisco J. Brito, había fallecido. Transgresor inventor de la ironía, quien alrededor de botellas de brandy Domecq y una cofradía picaresca, escrituraba la propedéutica académica del sarcasmo, burlándose con la mayor seriedad de los yerros de las instituciones, de las erratas de los gobernantes y de la sociedad promulgando en su bando un discurso del ridículo que se constituía en mandato de apertura del Carnaval.
La primera universidad fundada en territorio de La Guajira fue la del goce pagano. Constituyó una respuesta maliciosa e irónica a las insalvables distancias que imponía el desigual desarrollo andino y el marginal olvido fraguado entre los que mandan en el centro y los que ordenan aquí.
El profesor Jorge Gómez Effer ha recordado en conferencia magistral lo que la institucionalidad ha omitido deliberadamente. Este año se cumplen dos cincuentenarios, dos muertes sentidas del Carnaval bicentenario: el asesinato de Reginaldo Bernier Escudero, ‘Piade’, y la muerte de Francisco J. Brito. Un año de conmemoración que debe imponer la ruta de la salvaguarda, de un plan especial de protección que preserve la tradición del disfraz del embarrador, la figura icónica de Francisco J. Brito y los textos de sus bandos. Si al decir de Santa Teresa de Jesús, la imaginación es la loca de la casa, la tradición es como la tía solterona que debajo de su hábito célibe protege la historia, memoria y el legado de las sociedades.
Tal vez la memoria sea la que impida que el Carnaval se siga matando a pedazos. Cuando su narrativa circule en los colegios, en las universidades y en las esquinas de las barriadas concientizando a las nuevas generaciones sobre el valor de los símbolos y las manifestaciones folclóricas y culturales, que siguen teniendo tanto blindaje que las balas, las piedras y el pillaje de vándalos no las han podido acabar.
PD: “Merendarse un huevo frito sin condimentarle sal es pasar un Carnaval sin Francisco J. Brito”.
Carlos Valdeblanquez Morew (Tomado del libro ‘El Pilón y los embarradores de Riohacha’, de Orlando Vidal Joiro).