Se organizó hace pocos días y luego de 8 años de silencio, una versión más del Festival Vallenato de la Frontera en Maicao.
Hay que reconocer la persistencia, entrega y sacrificio de los hermanos Jorge y Edwin Montiel en la titánica tarea de intentar sacar a flote este festival frente a duras contingencias. Pero, aunque la apuesta este año era mostrar un festival fortalecido, renovado, sin los errores del pasado, la realidad nos mostró que fue la peor versión en la historia.
Contra la organización conspiraron varios factores adversos: la necesidad de aplazarlo por las fuertes lluvias que volvieron un lago el lote donde se organiza el evento. La falta de una plaza de eventos en la ciudad. Con el aplazamiento, se hizo difícil contar con algunos de los grandes intérpretes que ya estaban contratados.
Asistí un día con todo el entusiasmo. Al llegar, nada de control al acceso: ni requisas, ni control de edad. El espacio: un lote semi enmontado del que podría salir serpientes entre la maleza, nada propicio para un festival. Unos vetustos quioscos de ventas de bebidas que más parecían improvisados ranchos de invasiones que un lugar que sedujera a sentarse con su familia a disfrutar un festival.
Con respecto a la programación, tuvimos que soportar una larga letanía de canciones inéditas de la que se rescata pocas. No hay una preselección de las canciones que le garantice al público que a tarima solo suben los mejores. Los concursos terminaron aproximadamente a las 10 de la noche, luego, un largo y tedioso bache, pues solo cuando faltaban pocos minutos para las 12 subió el primer grupo.
La parrilla no seducía mucho. Tanto así, que algunos amigos de Riohacha cuando vieron la programación se burlaron diciendo que se debía llamar “el festival del telonero”, pues, para ver a algún intérprete de cierto reconocimiento, había que escuchar a 6 grupos aficionados. Está bien que los festivales le cedan espacios al talento local, pero parte del éxito de un festival en la actualidad es convocar público con intérpretes que “muevan el torniquete”.
Como era de esperarse, el palco se vio tan despoblado que, los organizadores tuvieron que permitir que el público entrara gratis. Nadie estaba dispuesto a pagar una entrada VIP cuando la máxima figura era Farid Leonardo. A esto se suma que, se tuvo la malograda idea de enfrentar el festival a las más concurridas fiestas patronales de Maicao, las de la virgen del Carmen.
Uno de los aspectos más delicados del festival, que no debe repetirse, es la masiva presencia de niños, algunos de brazos, la mayoría de éstos provenientes del sector de La Pista, asentamiento de migrantes localizado a pocos metros. Fallas en la logística, escasa presencia de los organismos de seguridad, tampoco vi cuadrillas de Cruz Roja o algo parecido. Caótica organización de los espacios, locación impresentable; sin elementos de espectacularidad en la tarima, vacíos en la programación, falta de información para el público, servicios de baños improvisados y sin la mínima higiene (en baldes); concursantes de bajo nivel en su mayoría, parrilla musical poco atractiva y muy bajo poder de convocatoria, resumen el despelote organizativo que se vivió ese fin de semana en Maicao.
En conclusión, en esta versión todos perdieron. Los organizadores, pues tuvieron que desarrollar a medias y a las carreras la programación solo porque había que cumplir con los auspiciantes. Los emprendedores que invirtieron esperando miles de asistentes que nunca llegaron. Los de la agremiación de meseros de festivales que, si acaso, recuperaron sus pasajes y el almuerzo.
Los grupos locales que mucho ensayaron y poco pudieron lucirse por la escasa asistencia. Perdieron los concursantes porque, de entrada, les cambiaron las condiciones de la premiación. Perdió imagen un festival que pretendía un relanzamiento exitoso. Perdió Maicao, pues fueron unos 200 millones los recursos de orden municipal para una fiesta que, como lo calificó mi hijo: “fue una huesera”.
Aunque, comulgo con la idea que los amantes y cultores del vallenato sí deben tener un festival que los convoque, Maicao merece un festival a la altura de su potencial como ciudad, no un evento que parece de pueblo pequeño. O mejoramos, o cerremos el chuzo.