La expulsión de 200.000 judíos sefardíes de España, decretada por los Reyes Católicos en 1492 fue un evento histórico que dejó una profunda huella en la historia de Europa.
Esta decisión desplazó a personas que buscaban un lugar donde practicar su fe en paz.
La diáspora sefardí llevó a los judíos expulsados a diferentes regiones del mundo, incluyendo el norte de África, el Imperio Otomano, y otros países europeos como Portugal, Italia y los Países Bajos. Sin embargo, muchos de ellos también llegaron al continente americano, especialmente al Virreinato de la Nueva España y al área del Caribe.
Mientras tanto, se calcula que alrededor de 2.000 a 2.500 llegaron a América en el siglo XVI con un papel crucial en el desarrollo económico de las colonias americanas, especialmente en lo que respecta al comercio y las finanzas. A pesar de que en muchos casos debieron esconder su identidad religiosa y simular conversiones al cristianismo, sus comunidades continuaron practicando su fe en secreto.
Ahora bien, el término sefardí es un adjetivo que se utiliza para describir a las comunidades judías que tienen su origen en la península Ibérica, principalmente España y Portugal. A lo largo de la historia, estas comunidades han desarrollado características culturales, lingüísticas y religiosas distintivas que las diferencian de otras comunidades judías en el mundo. Así las cosas, hablan tradicionalmente el ladino, también conocido como judeoespañol, que es una lengua derivada del castellano antiguo mezclado con elementos hebreos, arameos y otras lenguas locales.
También, sefardí proviene del hebreo Sefarad que se refiere a España en la tradición judía. El nombre se deriva de un pasaje bíblico en el libro del profeta Abdías, donde se menciona a Sefarad como un lugar en el cual los exiliados de Israel encontrarán refugio. Con el tiempo, la palabra Sefarad llegó a representar no solo a España, sino también a la península Ibérica en su conjunto, incluyendo Portugal.
En consecuencia, algunos de ellos se asentaron en ciudades importantes como Cartagena de Indias, Santa Marta y Tunja, pero la comunidad se mantenía en gran medida oculta y dispersa y fue hasta el siglo XX, con la apertura de las fronteras y la llegada de inmigrantes provenientes de diferentes partes del mundo, que se registró un resurgimiento de la comunidad judía en Colombia.
Posteriormente, se asentaron en diferentes regiones pero es en la capital, Bogotá, donde se encuentra la mayor concentración de esta comunidad. Además, otras ciudades como Medellín, Cali y Barranquilla también cuentan con importantes comunidades sefardíes.
El abogado Benjamín Ardila Duarte en una de sus notas en Ámbito Juridico afirma que los exilados españoles han sido siempre muy creativos: los jesuitas, desterrados por Carlos III, ayudaron a modernizar a Rusia; los judíos Spinoza como filósofo; Disraeli, estadista inglés, y Manín, batallador de la unidad italiana, descendían de judíos españoles; mientras que los republicanos, derrotados por Franco, hicieron obra cultural y científica en América Latina.
En síntesis, los judíos sefardíes en Colombia han dejado una huella indeleble en la cultura, la economía y la política del país. Han contribuido al desarrollo de diversos sectores, como la industria textil, el comercio y la banca, así como al mundo académico y científico. Además, han fomentado la diversidad y el pluralismo, enriqueciendo la herencia cultural y religiosa.
Para concluir, han sido parte integral de la historia de nuestro país desde la época colonial que a pesar de las dificultades y la persecución, han prosperado y contribuido al desarrollo y diversidad cultural. Hoy la comunidad sefardí en Colombia sigue creciendo, fortaleciéndose y manteniendo viva sus tradiciones y prácticas religiosas. Por eso, recuerdo con respeto la historia para decirles con cariño: muchas gracias por sus aportes religiosos, culturales, comerciales, financieros y económicos a nuestra patria, a su patria, a su país.