Meditaba en mi alcoba sobre todo aquello que nos hace felices a los seres humanos y que la pandemia nos ha privado de vivirlo recurrentemente. Hoy vivimos entre el encierro y el entierro. Como un pájaro en su jaula protectora hoy tenemos reducida nuestra libertad a la dinámica del teletrabajo, el telestudio, la tele consulta y la telemedicina. Además de la libertad, la pandemia nos ha quitado aquellos rituales que nos congregan para disfrutar de forma entusiasta el paso de esta imparable carrera del tiempo. Privarnos del abrazo solidario en un momento de duelo o de las honras fúnebres de un entrañable familiar o amigo, es la muestra fehaciente de que cambian nuestras costumbres habituales.
De la misma manera, la limitación para la celebración de la eucaristía y otras congregaciones cristianas. La fiesta de cumpleaños, de nacimiento, de grado y todas aquellas ocasiones especiales de fin de año y navidad que no nos permitieron hacer vida social y disfrutar de una amena conversación y la calidez humana de nuestros semejantes, no las ha quitado la pandemia. Igualmente, la cancelación de los festivales y conciertos presenciales que tanta población movilizan y tanta dinámica le introducen a nuestra economía. Del mismo modo, se aprecian las tribunas de los estadios de fútbol, vacías y solitarias, arrebatándole con su silencio la alegría a la hinchada apasionada que ovaciona a su equipo del alma. Así mismo, nuestras calles se apreciaban como interminables selvas de cemento, desprovistas del grupo de peatones, como transeúntes por el andén y la calzada, para disfrutar del paisaje urbano o abordar el vehículo, el autobús o la moto taxi.
La vida se nos ha vuelto rutinaria y la falta de nuestra ansiosa costumbre de congregarnos, nos ha arrebatado la felicidad. Esta coyuntura nos ha cambiado las reglas del juego de nuestras propias costumbres e idiosincrasia. Parece que ya nada vuelve a ser igual o como antes. Nuestros hijos, pese a navegar permanentemente por el mundo en internet, protestan por el asfixiante encierro junto a sus padres y separados de su círculo de amigos de la gallada. La semana laboral se confunde con los días de descanso y muy poco se distingue un día del otro. Se aprecia una falta de conciencia en la ciudadanía en protesta por todo aquello que nos quita la pandemia y cuyos hechos rayan en la irracionalidad.
El ciudadano secular reclama su derecho a la libertad y a salir a las calles y rompen todo protocolo de bioseguridad y entra en desobediencia civil, burlándose de la autorregulación y el control del orden público de las autoridades locales, en la búsqueda inconsciente de todo aquello que nos ha quitado la pandemia. Parece que la costumbre fuera más fuerte que la vida misma, la cual se pone en peligro inminente detrás de la felicidad que al ser humano le da su libertad.
Vamos para un año aproximadamente de estar viviendo los rigores de esta pandemia destructora y letal, y eso, ha conllevado a la beligerancia y a la desobediencia de muchos ciudadanos que no planifican sus entradas y salidas y contagian a sus seres queridos y a los más vulnerables. Pero lo de mayor valor que nos ha quitado la pandemia, es la vida de muchos familiares y amigos que se contagiaron y se fueron a la eternidad. Muchos de ellos tan útiles como importantes. Todos sin excepción dignos de un merecido reconocimiento por su dignidad humana y su prestancia para vivir la vida y hacérnosla más grata. Como olvidar aquel ‘Opa mi gente’, los saluda ‘Ikechon de mama’, el saludo matinal de Enrique Herrera Barros, ‘El Palabrero de la Radio’, a quien silenció la pandemia y como un bosque solitario dejó a Riohacha y a La Guajira, sin su más preciada masa crítica y opinión respetable e irreverente, callando al líder de opinión que orientaba masas y se metió con su estilo peculiar en las mentes y corazones populares.
Recordamos también, a un honorable arquitecto, un profesional muy distinguido y apreciado, ese fue Jimmy Bruzón, el eterno luchador de la agremiación y expresidente de la sociedad de arquitecto regional guajira, quien dejó un gran vacío y profundo dolor por sus calidades humanas y profesionales. Así mismo, en mi pueblo sanjuanero, también nos ha impactado la pandemia, quitándonos a muchos de nuestros amigos y familiares, ciudadanos con mucho talento y de la más alta consideración, dejando viudas, huérfanos y sobre todo al pueblo sumido en la tristeza.