Hay veces en que la realidad supera la fantasía, nos quedamos atónitos, echándole cacumen a lo ocurrido para encontrarle una explicación y queda la cuestión dando vueltas en la cabeza, hasta que, al final, el olvido le gana la partida a la razón u otro evento excepcional nos captura la atención.
En Macondo o ‘Locombia’ esto es pan cotidiano, pero yo aún estoy aturdida, recordando ‘Los cuentos de los hermanos Grimm’, en particular Hansel y Gretel, que abandonados en el bosque, dejaban rastros de piedrecitas para retomar el camino de vuelta a casa.
Pues bien, Lesly Mucutuy y sus hermanos no se perdieron en un bosque encantado, los devoró y escupió de vuelta la mismísima selva, que más que encantada, es terriblemente peligrosa, sin embargo, ella sobrevivió protegiendo a sus hermanos, 40 días, con sus oscuras y frías noches, para ser encontrada, enhorabuena, sana y salva.
El cuento tuvo un final feliz, hasta el momento, pero imaginar esa pelaíta al lado de su mamá por 4 días, recibiendo las instrucciones de una moribunda, me pone los pelos de punta.
La muchachita deja el cadáver de su mamá y así, sin rumbo fijo, se adentra en la selva, con sus 3 hermanos, entre ellos un bebé de menos de 1 año.
Ay Lesly, cuánto sufrimiento, y cuántas cosas calla esa niña, y quizá, qué pasó todos esos 40 días.
No dudo de su valor y resiliencia, pero algo raro hay en esta historia y cuando el río suena, es porque piedras trae.
Sin duda, su vínculo estrecho con la naturaleza fue su mejor instrumento, su conocimiento ancestral, su contacto habitual le ayudaron a subsistir, “apañándosela” con lo que fuera.
No imagino a cualquiera del combo de la generación de cristal en estas peripecias, sin wifi, sin repelente y sin papi y mami.
Esto es una garnatá con la mano abierta para nosotros, porque evidencia nuestras preocupaciones por cosas que en el orden natural de importancia deberían estar en segundo plano.
‘Apañárselas solos’ debería ser un mandamiento y nuestra principal preocupación al educar, porque no somos eternos y ‘pegaitítos al picó’ no estaremos toda la vida, por mucho que lo querramos.
Nosotros no somos lentejas, somos perecederos y lo que es peor aún, con fecha de caducidad incierta, pues nadie conoce el día en que ‘la pelona’ nos viene a tocar la puerta.
La verdad es que Lesly me obliga a hacer mi acto de contricción, el “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”, por la excesiva protección con que arropamos a nuestros hijos, que no tiene que ver con el amor incondicional de una madre, así que esta historia nos debe tocar profundamente y aprender de ella, entender que la habilidad para afrontar una dificultad, debe ser enseñada aún con mayor importancia con la que se enseñan las tablas de multiplicar.
Lesly, te ganaste tu puesto en la historia y tus 40 días en el desierto han sido un himno a la resiliencia, interpretado cabalmente por ti, con el acompañamiento impecable del coro infantil de tus 3 hermanos… “Honor, a quien honor merece” y enhorabuena estás aquí, de vuelta entre nosotros.