Ella, por amor a nosotros, retrocedió las aguas del mar bravío y desde entonces, con gratitud y fervor se instaló en el alma de los riohacheros, haciendo viajar la devoción de generación en generación y por sécula seculorum. Cuando llega el 2 de febrero, el único lugar de toda la bolita del mundo donde mis paisanos y yo queremos estar es en su Catedral. Nos emperifollamos para lucir perfectos al homenajearla y que la ‘Mello’ nos vea elegantes y rendidos a sus pies.
Todo empieza 9 días antes, en el rosario de la aurora y la novena. Tempranito, quiñando con el sol, recorremos las callecitas del centro entre avemarías y cantos celestiales y nos estacionamos en diferentes puntos al culmine del rosario.
Los anfitriones de cada estación de esos 9 días, se preparan meticulosamente para recibirla y con la fe, que abunda en el aire, se construye un momento de paz infinita, señal de que lo que pedimos, será concedido. Hay quienes prefieren a la luna y van en vespertina a escuchar la novena y es un mano a mano de fervor entre los devotos del alba y los devotos del ocaso, lo que cuenta es la fe y de esa la hay por doquier.
La víspera, después de haber hecho estallar el comercio, sobre todo las peluquerías y los almacenes de ropa, en un diurno festival de rulos, agotar guayaberas y otros perendengues, nos reunimos en el parque para hacer estallar esta vez a los juegos pirotécnicos y extrañamos las varillas y castillos rudimentarios con que en antaño las familias pudientes engalanaban las patronales. Ahí estábamos, sin alcurnias, sin clasismo, era toda Riohacha unida en fe y también estaban ‘Los chupa cobres’ que con sus porros y marchas celestiales animaban nuestra alegría, porque algo que distingue nuestra Patrona es esa capacidad de hacernos combinar en el alma, el fervor con el jolgorio.
Cuando llega el tan esperado 2, desde bien temprano llegamos a la plaza a escuchar la misa de las 6 y es aquí donde el fervor llega hasta la cúspide y toca su pico más alto porque hay menos distracciones, pues todas las personalidades asisten a la siguiente celebración, la solemne y en ella hay un toque de vanidad y ganas de hacerse notar de muchos asistentes.
Después de entregar a los varones las velas consagradas para tiempos difíciles, como estos días de pandemia, en donde se han marchado muchos de nuestros paisanos sin siquiera despedirse, le vemos finalmente la cara a la Virgen. Indescriptible la emoción de las almas riohacheras, cuando nos enfrentamos cara a cara con ella y en una siempre concurrida y calurosa procesión, entre salves y vivas, le damos la vuelta al parque para regresarla a su altar y escuchar, muy tiesos y muy majos, la misa mayor. Una vez honrada la Virgen y con su bendición, festejamos las patronales en centenares de rincones y las parrandas, homenajes y eventos culturales y políticos, se suceden e interponen durante todo el día, dándole al terruño un ambiente bonito de auténticas fiestas patronales.