La vida es una lucha desde que nacemos hasta que morimos, vivirla con propósito y dignidad, y en paz con los demás, es la gran consigna. Por eso, debemos respetar la dignidad humana y la integridad y la honra de los demás, recordando siempre que tus derechos terminan donde comienzan los de las otras personas. Es menester recordar hoy en esta sociedad antivalores y que se encuentra patas pa arriba, descuadernada y pisoteada, todos estos principios que le daban mística y realce y que hoy la tienen inmersa en un mar de lágrimas y confusiones.
Seguimos viviendo una vida sin sentido ni sueños colectivos, donde el interés particular se ha venido poniendo por encima del interés general. Donde seguimos actuando por el sistema de ensayo y error, si las cosas salen bien, aplausos, pero si salen mal, no hay un meas culpa ni un juicio de responsabilidades. Hemos perdido el libreto de la vida y el interés superior de construir una sociedad superior para las próximas generaciones. Ya no se escuchan los consejos de los ancianos, no se respeta la palabra empeñada, no se cumplen los pactos, los compromisos y los acuerdos, porque vivimos en una sociedad degradada. Pero hoy recuerdo esa gran reflexión de uno de mis compositores vallenatos favoritos, el patillalero Fredy Molina, cuando en su canción memorable de los tiempos de la cometa, dijo: “Quizás dirán, que soy hombre confundido, pensando en cosas que de ser no dejarán, si luego pienso, yo existo, dijo Descartes al pensar”. Si pienso es porque existo y existo porque pienso, que la vida es la mejor escuela y de ella debemos aprender sus mejores lecciones, leyendo con detenimiento el diario acontecer para tomarlo como enseñanza y no repetir los mismos errores que a otros llevaron al fracaso y al desastre.
Quizás, este era el mensaje implícito que nos dejó Fredy Molina en su canción inolvidable. La vida son trozos de versos y poesías, es como una melodía para la mejor canción, de nosotros depende si la hacemos bailable y recordada o le ponemos la lápida si nos tiramos la vida. Hoy la vida se vive más rápido y con afanes, el día a día, la cibernética, el internet y la conectividad, nos tienen navegando por el mundo. Eso ha contribuido al avance de la humanidad, es incuestionable. Pero también tiene sus bemoles, porque el progreso y la civilización han traído consigo muchos sinsabores. La vida fácil, la pereza intelectual, los malos hábitos, el teléfono móvil a la mano y alcance de todos, están conduciendo a la sociedad a un rumbo distinto. El estrés, los alimentos chatarra, el cambio climático, la carga laboral, el salario mínimo inalcanzable, la falta de empleo digno y decente, confabulados con la poca capacidad adquisitiva, ponen en riesgo la salud y la vida de hoy. Además, se valora más la apariencia que la esencia de las personas. Ya el alcalde, el maestro y el párroco del pueblo no son las personas más ilustres y eminentes de la sociedad. Ahora tienen más seguidores los traquetos, los tramposos, los rufianes, los pillos y los incompetentes. Pero lo más insólito es ese silencio cada vez más elocuente de la sociedad, sobre ese entorno que le rodea. Como dijo Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas, de la gente mala, es el silencio de la gente buena”.
Muchas cosas malas se vienen gestando y hasta consolidando en las narices de una sociedad, inerme y pusilánime, que deja que todo pase y haga carrera, sin importarle las consecuencias. Lo peor es que nada cambia, todo sigue igual, ladran los perros cuando cabalgan los jinetes, pero seguimos con el mismo modelo de desarrollo social y el mismo modelo educativo. Al bueno lo premian con la pobreza y al malo con mil maravillas como dice la canción. Se ha perdido la solidaridad y la confianza en los hombres, porque la hipocresía, la envidia y la doble moral, siguen su carrera imparable como el tiempo. Gobiernan muchas veces, los que el peso lo tienen en el bolsillo y tienen vacía la cabeza. Son reelegidos los que golpean al pueblo porque tienen mermelada para dar y clientela para atender.
Finalmente, todo resulta siendo como una fábula de Rafael Pombo, donde en esta Animalandia de Pacheco y esta Locombia de Matador, la bautizaron: Sálvese quien pueda. Porque estamos en la era del más fuerte y sólo sobrevivirá, quien tenga mayor capacidad de resiliencia.