¿Ustedes también tienen en su familia una tía a quien todo lo que prepara le queda exquisito? En nuestra familia es mi tía Denia Lucía, a la que todos llamamos amorosamente ‘Cuny’. La dueña de la casa amplia de puertas abiertas en donde muchos han llegado, atraídos por la generosidad de su noble y gran corazón en donde siempre ha habido lugar para uno o una más.
Debo confesar que, cuando era niña tenía una relación no muy buena con la comida nutritiva. Rechazaba algunas carnes hasta el punto de que, en alguna etapa de mi vida solo llegué a consumir carne o pollo; no me gustaban las legumbres ni las verduras en ensaladas, y, dato curioso: siempre derramaba los jugos de frutas en el almuerzo (tal vez por ello no los preparo en casa y evito tomarlos cuando voy de visita). Como siempre hay oportunidad de recomponer, hace dieciséis años soy vegetariana y esta ha sido, para mí, una de las mejores decisiones que haya tomado. Pero volviendo a mi infancia, adoraba las chucherías, desde las gaseosas, los mecatos de paquete, las galletas, tortas, postres, las golosinas y el chocolate (este último aún lo adoro). Para estimular mi apetito, mis padres me daban una jalea espesa de agradable sabor metálico llamada Minevitan, que me encantaba. Aunque hoy comprendo que no debí haberla tomado pues lo mejor hubiese sido, que aprendiera a valorar y a consumir regularmente, la comida hecha en casa que proviene de productos que nos da la tierra y a la que mucha más atención y aprecio le deberíamos brindar, máxime los tiempos postmodernos en los que estamos llamados a privilegiar la nutrición orgánica balanceada, por nuestra salud y bienestar.
Eso sí, había preparaciones que no despreciaba jamás. Por el contrario, las buscaba y anhelaba constantemente por su delicioso sabor y porque además sabía anticipadamente que de esos monumentales calderos humeantes siempre podía salir un plato más para mí, ya que la multiplicación de los panes y los peces sucedía allí diariamente ante los ojos de la noble y laboriosa cocinera que dirigía al mejor estilo de Úrsula Iguarán en ‘Cien Años de Soledad’, aquella ‘decorosa cocina humilde’, como probablemente la llamaría si la conociera, el prestigioso antropólogo maicaero y admirado amigo Otto Vergara González. En innumerables ocasiones, hacíamos trueque con el almuerzo que se preparaba en mi casa, para asegurarnos eso sí, de que nadie en casa de tía ‘Cuny’ se quedara sin su respectiva comida.
Desde el mejor arroz de camarón cuyo cucayo es simplemente irresistible, el chivo guisado, la carne frita, la carne molida, el arroz de fideos, la carne y el pollo guisado, el friche, entre otros platos de la cocina guajira criolla, llevan la marca única de su sello de cocinera empírica desde hace décadas. Entre toda esa exquisitez de variados sabores, se destaca, además, su peculiar forma de preparar las legumbres; especialmente los fríjoles rojos, con un inimitable toque de dulzor y el que llaman palomito, son sin duda, de sus más afamadas y valoradas preparaciones entre sus innumerables familiares y allegados. A su lado, un buen cucayo de arroz blanco se convierte en el mejor acompañante para que todo lo que allí llegue, sea protagonista en el paladar.
Tía ‘Cuny’, como buena matrona riohachera y guajira, hija de una gran cocinera arribera (del barrio Arriba) como lo fue mi abuela Antonia Lucía Arismendy Gómez, es generosa en el servir. Observé durante mi infancia, que sus platos favoritos eran alargados, tipo bandeja, para que los monumentales cucharones que cotidianamente usaba para servir, llegaran hasta ellos a descargarse con comodidad, y sus numerosos comensales quedaran satisfechos y felices. El gran tamaño del caldero en el que preparaba el arroz llamaba y mucho mi atención. En un solo día podían servirse más de veinte raciones, y si quedaba, ella almorzaba, pues hasta el día de hoy algunas de las más duras luchas de sus hijos, nietos y bisnietos, giran en torno a lograr que ella privilegie su propia alimentación, por encima de todos y de todo.
Recientemente documenté la preparación de sus inimitables frijoles rojos para mis redes sociales pues estos son hoy mis favoritos. Por mis hábitos vegetarianos asumidos desde hace 16 años, esta sigue siendo una de las deliciosas recetas que aún me permito disfrutar de su amplio catálogo de exquisitos platos, y poder rendirle un homenaje en estas letras es algo que agradezco profundamente a Dios y la vida.
Larga vida y salud a todas las matronas de nuestra tierra y del mundo, quienes desde las cocinas le han dado vida y bienestar a su prole. También desde esas cocinas han dirigido a las familias, han atendido a enfermos, han salido a dar pésame, a misa dominical, han administrado con destreza la economía doméstica, educado a sus hijos y alimentado a muchos, al tiempo que también se han dado tiempo para tomarse un tintico con la comadre que diariamente llegaba después de ir al mercado, a compartir sus penas y alegrías en busca de ser escuchada pacientemente o de recibir un sabio consejo.
En el caso de tía ‘Cuny’, levantó a sus hijos, crio a sus nietos, (y sepultó con un dolor indecible a dos de ellos) y hoy ayuda en el cuidado de sus bisnietos pues sus fuerzas, aunque a veces se ven retadas por lo achaques propios del estado de salud de sus más de ochenta años, han alcanzado también para seguir compartiendo con amor, los dones de su prolífica culinaria aprendida tempranamente en su familia nuclear, y perfeccionada en el seno de la que ella misma forjó al lado de su adorado Joaquín Rincón Lucas (q.e.p.d.) con su extraordinaria fortaleza única, igual que su incomparable sazón. ¡Gracias por tanto tía Cuny!