“Debe haber un final para el monopolio del poder político, y una reestructuración fundamental de nuestros sistemas políticos y económicos para así asegurarnos que las desigualdades, están erradicadas y nuestra sociedad democratizada a fondo”. Nelson Mandela
He estado reflexionando sobre la (peligrosa) combinación entre religiosidad y politiquería; es importante aclarar que no me referiré a la libre creencia y fe de las personas, ni a la política; son estas categorías lejanas al contexto de lo que pretendo exponer; sino a aquellas manifestaciones (de religiosidad) que responden más a una moda para cautivar o convencer a terceros, que acciones de verdadera fe.
En la actualidad no es raro encontrarse extensos relatos puritanos en redes sociales o escuchar discursos cargados de citas bíblicas memorizadas como libreto de venta de productos, que se entrelazan con sus elocuentes promesas políticas que anuncian “seudo-soluciones” para todos los problemas, aunque suene utópico el asunto, en ocasión eso, es exitoso para los estrategas (religiosos/politiqueros) porque muchos cumplen sus metas de llegar a un cargo de poder.
De este modo, estuve recordando alguna vez que en mi infancia veía un programa donde salía un sicario, que le pedía a la virgen que lo ayudara a asesinar a la que sería su víctima de turno, para lograr tener dinero y comprar la casa para su mamá; recuerdo que de inmediato le pregunté a mi madre: ¿Eso es cierto, la virgen ayudará a cumplir esa petición? La inocencia da por todo, incluso por preguntar sin la más mínima malicia y un poco confundida, si eso era cierto.
Hoy con una consciencia adulta y despierta, analizo que ese episodio de la novela que vi en mi infancia, pertenece a la misma (perversa) parodia de quienes se desgarran las gargantas en las tertulias con amigos y en plazas públicas, señalando que todos (menos ellos) son corruptos y que solo los hijos de Dios como ellos merecen llegar al poder para gobernar a los pueblos; algunos incluso se olvidan de que han ocupado cargos de poder y que tampoco ha pasado nada, otros se camuflan entre versículos bíblicos relatados con tal exactitud que logran confundirse con líderes espirituales genuinos que nunca usarían un cargo para ejecutar corrupción.
En este sentido, habría que aclarar que Dios no es una moda, ni es un castigador, gruñón, envidioso o alcahueta de acciones corruptas; pienso que Dios es una libertad de quien decide creer en su existencia y partiendo de ahí lo imagino relajado, amoroso, paternal y aliado de las buenas causas; no creo que le guste perder el tiempo en temas de doble moral, ni que manipulen a nadie hablando del poder de él, del amor, de la rectitud y del evangelio, pero que al menor descuido se benefician con prácticas corruptas, que solo aportan temporalmente su “bienestar” y digo temporal, porque después están defendiéndose de investigaciones o clamando protección para no ser capturados.
No pretendo juzgar a quienes hablen de Dios y de política, desde su libertad como Estado laico que somos, el punto al cual, quiero llegar es a que dudo que a Dios o a cualquier ser le agrade que, en su nombre, engañen, asesinen o roben y que sigan lavando su imagen con falsas doctrinas que tarde o temprano se desvanecen con la rapidez de toda apariencia.
Desde todo punto de vista, es peligrosa la combinación entre religiosidad y politiquería, porque las dos buscan disfrazar culpas y maldades con supuestas intenciones de hacer el bien y construir sociedad; no basta con recitar versículos bíblicos, escribir relatos conmovedores de paz y transparencia, afirmar que sus proyectos serán la solución de todos los problemas o que Dios les dijo que ellos serían los salvadores del mundo y que para ello tenían que ser gobernadores, alcaldes, concejales, diputados o ejercer cualquier otro cargo de poder que les permita llenar sus arcas e incrementar las desigualdades sociales, donde el rico es más rico y el pobre es más pobre.
Es hora de despertar y solo ejercer las buenas formas de hacer política (transparente y constructiva) aquella sin doble moral, sin discursos falsos, sin burla a Dios y sin macula alguna, para que no sigamos lamentándonos del caos, la extrema pobreza y el subdesarrollo social que nos afecta, porque como dijo Martin Luther King: “Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos”. Despertemos aún hay tiempo.