Los tiempos de pandemia todo lo han puesto patas arriba, algunas otras que estaban al revés volvieron a su puesto. En Riohacha, como en otras ciudades, el prolongado confinamiento ha hecho que la única ventana al mundo exterior sea bajo la excusa de la actividad física. Péguese una rodadita, si aún no lo ha hecho, por la emblemática avenida de La Marina cuando asoma el alba y se dará cuenta que, como nunca antes, los riohacheros se han vuelto asiduos a la cultura física.
Cientos de personas que le huyen al encierro mientras tratan de quemar, bien temprano, los kilitos que la cuarentena les agregó al cuerpo. Otros, aprovechan la excusa para que las mascotas usen el camellón como baño, no faltan los que van a darse “un champú” en la vista, pues los mejores cuerpos de la ciudad tienen en el malecón su más larga y vistosa pasarela.
Pero, curiosamente, notará muchos jóvenes, corros juveniles de colegiales y universitarios quienes, suelen darse su madrugón a La Primera, pero no precisamente para darse un baño, hasta la semana anterior prohibida, o hacer algo por la salud del cuerpo. Acuden por otro tipo de salud, muy afectada desde que se decretó confinamiento en el país: la salud social. El malecón se volvió, como en otros tiempos, escenario de citas, de reencuentro de amigos, de ponerse al día con el “combo”, la impajaritable oportunidad de encontrarse con la novia a la que hace meses no puede visitar porque, ni se puede salir de noche, ni se aceptan visitas por temor al contagio.
Los jóvenes, más que ninguno, experimentan tanta pulsión corporal, acumulan tanta sensibilidad que ha estado represada en casa, solo canalizada por llamadas y el chateo. Hay tantos noviazgos aplazados, dilatados, debilitados por la falta de vida social: el colegio cerrado, también las canchas, parques, cines y plazoletas de comida. Así que la mañana y el malecón, han servido de resquicio redentor para, con la excusa de “echar una trotadita”, las parejas le devuelvan a la playa, su atávica función como escenario romántico.
Aunque en horario cambiado, la playa revive calendas pletóricas de besos, caricias, abrazos. Hemos visto cómo, con los tiempos, nuestra avenida de La Marina se ha convertido, de noche, en un solitario corredor que espanta. Hace algunos años, la principal atracción de los riohacheros en las noches de los fines de semana, era darse un paseo por el malecón. Recuerdo que le decían el paseo del “vaivén”, pues muchas personas iban hasta el parque de Los Cañones hasta la venta de ceviches y regresaba hasta que el estío o el sueño les llegaba. Muchos se sentaban a tomar cervezas en los ventorros, otros en la playa donde, en un marco idílico, se podía consumir cervezas y escuchar buena música. Familias enteras se iban a la Primera a pasar una agradable velada.
La Primera perdió todo atractivo nocturno, la soledad es la única que se pasea de noche y la rumba se trasladó a otros sectores de la ciudad y con ella, se fue el romance y las citas nocturnas.
La playa siempre ha sido alcahueta del amor. Incontable debe ser el número de riohacheros que fueron concebidos en la playa de nuestro mar. En mis tiempos de universitario, nos referíamos a la playa como ‘El hotel Roza’, definido como “donde roza el trasero con la arena”, escenario preferido que para los impecuniosos estudiantes desfogaran las ansias del cuerpo, ya que como dice el refrán: “cuando la carne brama, hasta la prudencia estorba”.