Desde que Gustavo Petro asumió la Presidencia, su ambicioso proyecto de ‘Paz Total’ ha sido uno de los pilares de su Administración. Sin embargo, este camino hacia la paz ha estado lleno de desafíos y obstáculos que han puesto a prueba la paciencia y la esperanza del Gobierno y de la gente en general.
Los procesos de paz con las organizaciones guerrilleras y paramilitares han sido, en el mejor de los casos, inestables. El ELN y las disidencias de las Farc, por ejemplo, han incumplido el cese al fuego en numerosas ocasiones, disminuyendo la confianza en los procesos y aumentando la desconfianza de la ciudadanía hacia el Gobierno.
Muchos colombianos sienten que estos procesos de paz son una repetición de intentos fallidos del pasado. En la historia reciente abundan ejemplos de acuerdos que no se han cumplido, de promesas rotas y de esperanzas frustradas. La gente se pregunta si esta vez será diferente, si realmente se logrará una paz duradera o si, una vez más, los grupos armados están aprovechando la oportunidad para fortalecerse y continuar con sus actividades ilícitas.
Todo parece indicar que sí la están aprovechando para reorganizarse y expandir su control territorial, lo cual, no solo pone en riesgo la seguridad de las comunidades, sino que también debilita la posición del Gobierno en las negociaciones y es otro factor que complica la situación.
A pesar de estos desafíos, la necesidad de perseverar en el propósito de la paz total es más urgente que nunca. Colombia ha sufrido décadas de conflicto armado, y la violencia ha dejado cicatrices profundas en la sociedad. La paz no es solo un derecho, es un deseo, una obsesión, es una necesidad imperiosa para el desarrollo y el bienestar del país. No podemos permitirnos el lujo de abandonar este objetivo, por difícil que sea el camino, y el compromiso del Gobierno debe ser firme y decidido.
Por eso considero que se deben asumir los compromisos que sean necesarios para avanzar, incluso cuando las circunstancias sean adversas. En eso no se puede claudicar. Ni tampoco puede ser un proceso para recibir el premio Nobel. Y esto implica no solo negociar con los grupos armados, sino también implementar políticas que aborden las causas profundas del conflicto, como la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades.
Nadie ha dicho que la paz total se logra de la noche a la mañana, sino que es un proceso largo y complejo que requiere la participación y el compromiso de todos, y en tal sentido, los grupos armados deben asumir sus responsabilidades y comprometerse de manera decidida con el desarme y la reintegración, pero también es fundamental que el Gobierno y la sociedad civil trabajen juntos para construir un país más justo y equitativo.
Pero además, un aspecto crítico en este contexto es el diálogo con el Clan del Golfo, uno de los grupos más poderosos y violentos del país, y actor clave en el conflicto armado.
Según lo poco que se ha podido saber, las conversaciones con el Clan del Golfo han sido complejas y llenas de desafíos. Recientemente, el Gobierno solicitó levantar las órdenes de captura contra varios de sus comandantes como un gesto de buena voluntad para avanzar en las negociaciones, generando controversia y desconfianza entre la ciudadanía, temerosa de que estos gestos no sean correspondidos con acciones concretas de desmovilización y cese de actividades criminales.
La incertidumbre es evidente. El levantamiento de las órdenes de captura es un paso arriesgado, pero necesario si se quiere avanzar en el proceso. Sin embargo, este gesto debe ir acompañado de un monitoreo riguroso y de garantías de cumplimiento. La desconfianza es comprensible, pero la paz no se construye sin riesgos. Es fundamental que el Gobierno mantenga una postura firme y exija resultados tangibles para recuperar la confianza en los procesos.
Es crucial que el Gobierno mantenga una postura firme pero flexible en las negociaciones. La paz no puede ser impuesta, sino construida a través del diálogo y la cooperación. Esto significa hacer concesiones, pero también exigir a los grupos armados que cumplan los acuerdos.
Y como dijo el filósofo de La Junta: «Se las dejo ahí…”.