Hace apenas un par de semanas el gobierno Petro estaba envuelto, y aún sigue, en su peor crisis originada internamente por altos funcionarios de su gobierno, muy cercanos a él. Son múltiples las crisis que ha experimentado este gobierno como resultado de su incoherente accionar y de su desprecio por la institucionalidad que constantemente busca relegar con su avasalladora ideología.
En otros escenarios políticos o en otros países con una cultura política y democrática más consolidada y menos corrupta, es muy probable que estos hechos bochornosos ya hubiesen originado un desenlace con implicaciones serias para la estabilidad gubernamental; sin embargo, en medio de la crisis, y como una estrategia orientada a desviar la atención de la opinión pública -lo que en parte ha logrado- el presidente Petro ha radicalizado su discurso en la calle.
Cuando la Constitución Política establece claramente que el Presidente de la República simboliza la unidad nacional y está obligado a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos, lo que hace Petro es todo lo contrario. Ha continuado con su consabida estrategia de dividir a los colombianos, promoviendo el odio y la lucha de clases. Con frecuentes frases desafiantes invita a sus seguidores a “ir más allá, hasta donde ustedes quieran” para defender y lograr la aprobación de las reformas sociales que propone y que supuestamente, según él, los grupos económicos, los partidos tradicionales y los ricos quieren impedir que se aprueben.
Puede ser ininteligible para muchos colombianos que un presidente que tiene como principal bandera lograr una hipotética paz total, que hace gestiones desordenadas para lograrla, promueva al mismo tiempo la confrontación de los colombianos en las calles. Olvida el presidente Petro el concepto implícito en la tercera ley de Newton que indica: “para toda acción hay una reacción igual y en sentido opuesto”. Es decir, si el presidente impulsa a sus seguidores a ejercer acciones de presión a los congresistas para que aprueben sus reformas, sin importar si generan beneficios o no para el país, se generará una reacción de sus opositores -que son más de la mitad de los colombianos- y se crearía un escenario literalmente de guerra entre estos sectores. La convocatoria que se está impulsando en estos momentos en el país, con el lema “marcha de la mayoría” así lo demuestra.
Es claro que esa potencial violencia no contribuirá a la denominada paz total de Petro. Lo que debería hacer entonces es promover el diálogo, la persuasión y la concertación con los partidos políticos y el poder legislativo para lograr la aprobación consensuada de sus propuestas, incorporándole los ajustes que sean necesarios y convenientes para todos los colombianos.
Pero el presidente Petro conoce muy bien su talante, que no es precisamente el de un buen concertador y estadista, y prefiere andar los caminos que conoce muy bien: aliarse con sectores políticos que antes cuestionaba, entregándoles participación en el gobierno para lograr su respaldo. El caso más aberrante, conocido recientemente, es el del presidente del Fondo Nacional del Ahorro, quien reconoció públicamente que había entregado cargos y participación a congresistas para lograr su apoyo para la aprobación de las reformas del gobierno.
Ahora, dadas las dificultades que enfrenta, en una segunda escena, el presidente Petro con el pecho hinchado por la mejor concurrencia que tuvo en la marcha del 7 de junio, endureció su discurso de odio en contra de los opositores, al mismo tiempo que ataca y estigmatiza a los medios de comunicación, en una clara violación de la libertad de prensa.
Simultáneamente, y en su desespero por frenar la decreciente aprobación de su gestión, el presidente Petro ha decidido trasladarse con su equipo de gobierno a La Guajira en los próximos días, con el propósito de anunciar soluciones a las diferentes problemáticas de este territorio ancestral, entre ellas las constantes muertes de los niños wayuú causadas por su desnutrición aguda.
Por el bien de estas comunidades indígenas, ojalá que esta acción, más que populista y mediática, realmente produzca hechos concretos que contribuyan a mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas, especialmente la de sus niños. Si así fuere, muchos guajiros lo agradeceremos.