“El pasado fue mejor, triste o alegre te vuelvo a ver”
Sin duda, tiene razón Rafa Manjarrez cuando afirma en su canción titulada ‘Bendito diciembre’ a la cual corresponde el aparte transcrito, que el tiempo pasado, en navidad fue mejor que en la actualidad, ese disco salió en noviembre de 1984 en el corte número 4 del Lado “B” en el LP ‘Fiesta Vallenata’ Volumen 10.
Escuchando esa canción, una de las más emblemáticas de las fiestas navideñas, caemos en la cuenta que hace una descarnada narración de la primacía de la realidad que hoy vivimos, comenzando con la parte que refiere “…mis vecinos de infancia, al tiempo fueron mis enemigos”, evidentemente en aquellas navidades no tan pretéritas que viví junto con la muchachada de mi generación, en el pueblo todos éramos amigos, los viejos velaban para que las consideraciones prevalecieran sobre los problemas, a todo le encontraban solución, y los enemigos gratuitos, la envidia y el egoísmo no se conocían, tampoco los malos pensamientos para dañar a las personas inermes, eso quedó en el pasado, y aunque quisiéramos restarle importancia, no es un tema insignificante.
Desde cuando mis ojos vieron por primera vez la luz, que no fue precisamente un bombillo porque no teníamos servicio de energía, sino una lámpara de queroseno, supe que había llegado al mejor vividero del mundo, al comenzar diciembre soplaba una brisa fresca y pura que hacía que la alegría nostálgica se convirtiera en alboroto colectivo, nadie hablaba de problemas, sino de ropa nueva, de “arreglar la casa”, de los permanentes paseos por los montes y las quebradas, los bailes de día para los muchachos eran infaltables y por la noche las verbenas para los adultos, las horas de música las contaban con granos de maíz, con picó que funcionaban con motor a gasolina, eran bailes donde el olor a chirrinchi, Old parr, Caballo Blanco, Ron Caña Centenario o Aguardiente, se confundían con el cálido e inconfundible olor del aceite quemado del generador de la energía, entonces la nariz de nuestra juventud no inhalaba otras cosas mientras se divertían.
Aunque cada maco llegaba al baile generalmente con su mazorca, las parejas eran “prestadas”, el barato era usual, permitido y aceptado, cualquiera podía llegar al medio de la pista y le pedía a quien estuviera bailando con la muchacha, al terminar el disco que se la prestara, aquel, la entregaba, y regresaba, –a veces apenado– a la mesa, o a las orillas, pasando de bailador a mirón, era curioso, pero divertido; así mismo, cuando la muchacha estaba sentada y alguien que no era de su agrado llegaba a tomar su mano para llevarla a bailar, esta decía en tonito lastimero e imploratorio de petición de comprensión “Estoy cansada”, eso era respetado, aunque las madres recomendaban a sus hijas antes de “prestarlas” para el baile que “Si quien te jala a bailar no es de tu gusto, complácelo por lo menos con una pieza”, hoy cualquier bárbaro la levanta a física trompada, porque la mujer ha perdido respeto, y algunas no se hacen respetar, y los vagos se extienden como verdolaga en playa.
Era costumbre en Monguí que desde días antes del veinticuatro o del treinta y uno de diciembre la gente engordaba en los patios, con los cuidados alimenticios pertinentes el chivo, el puerco, el pisco, o las gallinas que se requerían para la cena de Noche Buena, o para despedir el año, a comer podía llegar todo el que quisiera, eso era incluyente, no se requería invitación, todos eran bienvenidos, eso se acabó, porque si se tiene el animalito antes de la fecha se los roban, y para la cena se requiere previa invitación; la tapa de la cajeta es que el cruce de platos y olleticas de una casa para otra es una quimera, eso ahora es corroncho, ya no se usa, el menú también vario, el sancocho, poco a poco se está sustituyendo por los creps rellenos de finas hiervas y pollo purina molido, que no saben a nada, los pasteles que enseñaron a hacer la Tia Digna Rodríguez y Adelina Pérez con sus generosas porciones de cabezas de puerco, fueron reemplazados por pálidas ensaladas, que ni se hacen con amor, sino por negocio ni tienen ni vinagre criollo ni achote, solo para igualarnos a la gente rica, que comen insípido, y mientras más plata tienen más mal comen.
A mí me criticarán, pero no me importa, en Navidad no reemplazo mi agrario paladar con la criollada bien servida y para chuparse los dedos, y que le pongan el nombre que quieran, por comiditas de icopor, no me imagino al Nene de su madre comiendo basuritas durante una noche de Navidad o de Año Nuevo, estoy convencido que para vivir la Navidad como mis viejos me enseñaron se necesita además de una buena crianza en hamaca rayá, la vocación, lo demás no tiene gracia.
Carajo, no permitamos que los copiones de costumbres ajenas, maltraten en este mes sagrado nuestros usos y costumbres, ni que los vagos sin oficio, y la gente mala acaben con nuestros sueños, nuestro derecho de ser felices y con la magia de la Navidad.