En los últimos años, La Guajira ha sido el epicentro de un debate nacional que pone en la balanza dos realidades opuestas: la explotación minera del carbón y la necesidad de avanzar hacia un modelo energético sostenible. El Cerrejón, la mina de carbón a cielo abierto más grande de América Latina, ha sido durante décadas el motor económico de la región. Sin embargo, su declive es inevitable. Las presiones ambientales, las demandas sociales y los compromisos internacionales de Colombia con la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero han puesto fecha de caducidad al carbón como fuente principal de energía.
Frente a este escenario, surge una pregunta crucial: ¿Qué sigue para La Guajira después del cierre de Cerrejón? Hoy quiero proponer una idea audaz, aunque controvertida: ¿Y si La Guajira se convierte en el epicentro de una revolución energética mediante la construcción de una central nuclear?
Antes de que salten las alarmas, permítanme contextualizar. El mundo está avanzando hacia una transición energética que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el cambio climático. En ese proceso, el carbón está siendo reemplazado por fuentes más limpias y eficientes. Sin embargo, las energías renovables como la solar y la eólica, aunque fundamentales, tienen limitaciones técnicas, como su intermitencia y la necesidad de almacenamiento masivo. Es aquí donde la energía nuclear entra en juego.
Una central nuclear podría generar electricidad de manera continua, estable y sin emisiones directas de carbono. Además, considerando la posición estratégica de La Guajira y su capacidad para liderar proyectos de gran envergadura, esta propuesta podría transformar la región en un faro de innovación energética para Colombia y América Latina.
Capacidad a instalar y beneficios energéticos: Para dimensionar el proyecto, podríamos considerar la instalación de una central nuclear con una capacidad de 1.000 megavatios (MW), similar a plantas nucleares pequeñas o medianas que ya operan en países como Argentina, Brasil y Estados Unidos. Según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), una planta de esta magnitud podría abastecer aproximadamente 2 millones de hogares, lo que equivale a cubrir alrededor del 10% de la demanda eléctrica total de Colombia. Además, podríamos optar por tecnologías modernas como los pequeños reactores modulares (SMR), que tienen capacidades entre 50 MW y 300 MW por unidad. Estos reactores son más flexibles, seguros y económicos, lo que facilitaría su implementación en etapas progresivas. Por ejemplo, podríamos iniciar con un reactor de 300 MW y expandir la capacidad según las necesidades energéticas de la región y el país.
Uno de los beneficios más tangibles de esta propuesta sería la disminución de los costos de energía para los hogares y empresas de la región Caribe. Actualmente, esta región enfrenta algunos de los precios más altos de electricidad en Colombia debido a la dependencia de fuentes termoeléctricas basadas en gas natural y diésel, así como a las pérdidas técnicas y no técnicas en la red de distribución. Según cifras de la Comisión de Regulación de Energía y Gas (Creg), el costo promedio de la energía en el Caribe colombiano supera los $450 por kilovatio-hora (kWh), mientras que en otras regiones del país el promedio es de $350 por kWh. Una central nuclear, gracias a su capacidad de generar energía a gran escala y de manera constante, podría reducir estos costos de manera significativa.
Un estudio realizado por el Ministerio de Minas y Energía de Colombia estima que la incorporación de fuentes de energía base, como la nuclear, podría reducir los costos de generación eléctrica en hasta un 30%. Esto se traduciría en tarifas más bajas para los consumidores residenciales y comerciales, mejorando la competitividad de las empresas locales y aumentando el poder adquisitivo de las familias.
Costos de inversión y países inversionistas: El desarrollo de una central nuclear en La Guajira requeriría una inversión significativa, pero también ofrece oportunidades para atraer capital extranjero y tecnología avanzada. Según estimaciones del OIEA y estudios realizados por la Agencia Internacional de Energía (AIE), el costo de construcción de una planta nuclear tradicional de 1.000 MW oscila entre US$4.000 millones y US$8.000 millones. Para un SMR, el costo sería significativamente menor, con inversiones iniciales de US$1.000 millones a US$2.000 millones por reactor.
Estos costos pueden parecer elevados, pero deben compararse con los beneficios a largo plazo. Una vez construida, una central nuclear tiene una vida útil de 60 años o más, con costos operativos relativamente bajos. Además, generaría ingresos constantes a través de la venta de energía a nivel nacional e incluso internacional.
Algunos países con experiencia en energía nuclear podrían ser socios clave en este proyecto.
Estados Unidos: A través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) y empresas privadas como Westinghouse, EE.UU. podría ofrecer financiamiento y tecnología para pequeños reactores modulares (SMR). Además, el Gobierno estadounidense ha mostrado interés en promover la energía nuclear como parte de su estrategia global de lucha contra el cambio climático.
Corea del Sur: Conocida por su liderazgo en la construcción de centrales nucleares, Corea del Sur ha desarrollado reactores avanzados como el APR-1400, que combina seguridad y eficiencia. Empresas como Kepco podrían participar en el diseño, construcción y capacitación técnica.
Francia: Como uno de los líderes mundiales en energía nuclear, Francia genera más del 70% de su electricidad a partir de esta fuente. EDF (Électricité de France) podría ser un socio estratégico para transferir conocimiento y garantizar la operación segura de la planta.
China: Con inversiones masivas en energía nuclear, China ha desarrollado reactores de cuarta generación y tiene experiencia en la construcción rápida de infraestructuras energéticas. Empresas como Cnnc (China National Nuclear Corporation) podrían ofrecer soluciones económicas y tecnológicas.
Canadá: A través de su tecnología Candu, Canadá podría contribuir con reactores que utilizan uranio natural y agua pesada, lo que reduce costos y mejora la seguridad operativa.
Japón: A pesar del accidente de Fukushima, Japón sigue siendo un referente en energía nuclear y ha invertido en tecnologías avanzadas para mitigar riesgos. Empresas como Mitsubishi Heavy Industries podrían ser aliados estratégicos.
Estos países no solo aportarían financiamiento, sino también garantías técnicas y regulatorias que aseguren la viabilidad y seguridad del proyecto.