La Guajira acaba de posicionarse como el Departamento más pobre del país, según el reporte del Dane del 21 de abril de 2021, donde alcanzó un nivel de necesidades básicas insatisfechas (NBI) del 66,33%, de los más altos de la historia socioeconómica del Departamento.
El empobrecimiento de la población como consecuencia del confinamiento obligado por la pandemia, la baja productividad de la mano de obra en tiempo de crisis y la baja capacidad adquisitiva de la moneda por el cierre de algunos sectores de la economía, hoy se ven reflejados en una sociedad que cada día es más pobre. La calidad de vida y el índice de desarrollo humano de los guajiros se desmejoran cada día más. Pese a su posicionamiento como el departamento con mayor litoral caribe y una envidiable ubicación geográfica como cabeza del país, con cuantiosos recursos naturales e hidrobiológicos marinos, con muchas potencialidades en la naturaleza y el ambiente, una atávica vocación agropecuaria, potencialidades en energías limpias y renovables y gran destino turístico y de inversionistas, es rotulada La Guajira con la impronta que no ha podido superar de ser el Departamento más pobre del país.
Ni los grandes negocios para la explotación minera con los capitales trasnacionales de las multinacionales ensanchadas en nuestro territorio ni la multimillonaria industria de los hidrocarburos costa afuera lograron reivindicar a este departamento que se debate en las trampas de pobreza extrema. El progreso de los guajiros se nos escurre siempre como agua entre las manos, porque la prosperidad siempre es muy esquiva y se esfuma cuando creemos que la hemos conquistado.
El estado de cosas inconstitucionales declarado en el Departamento mediante la sentencia T-302 de la Corte Constitucional, no ha podido ser superado y demuestra que somos un departamento donde no se garantiza el mínimo vital para vivir. A esto se le suma la inviabilidad fiscal de nuestro departamento, lo cual deja claro que, la Gobernación requiere una óptima estructura administrativa, financiera y contable, para restablecer la capacidad de pago de la institución de manera que pueda atender adecuadamente sus obligaciones. Es decir, estamos en crisis en medio de la pandemia, no tenemos trabajo digno ni decente y sumado a eso, nuestro departamento es inviable fiscalmente.
La solución sería unirnos alrededor de unos buenos propósitos, para cambiar este agreste panorama que muy recurrentemente, siempre nos agrede y nos envilece, robándonos la fe, la alegría y la esperanza para ser felices. La idea motivadora de cambio del gobernador Nemesio Roys y su llamado a la unidad, nos estaba poniendo a soñar nuevamente. Pero desafortunadamente vuelve la crisis político-institucional a La Guajira con su salida del Palacio de La Marina. Por eso, vuelvo desde mi columna de opinión a realizar mi humilde llamado a pensar en la generación de oro y en la generación de cristal.
La generación de oro, corresponde a nuestros padres y abuelos que lo dieron todo por dejarnos una sociedad superior, sin haber tenido ellos el mayor grado de estudios ni formación, sino que se formaron en la escuela de la vida con principios y valores y nos dejaron el gran legado que nos sostiene hoy. Mientras que, la generación de cristal, corresponde a nuestros hijos y las próximas generaciones que los sucederán, esa pléyade de muchachos bien educados y que quieren ponerle alas a sus corazones soñadores para volar por el firmamento de la vida con sus sueños, pero que requieren que le dejemos una mejor sociedad, una mejor herencia, un mejor legado, donde ellos puedan vivir con sus amenazas y vulnerabilidades, fundamentados en lo que esta generación pueda hacer por ellos en principios y valores, y sobre todo, en dejarle una autopista de aterrizaje segura para construir y edificar su felicidad. Por eso, en La Guajira debemos apostarle al futuro, visionándolo, planificándolo e interviniéndolo desde ahora, para transformarlo, hasta evitar que les toque a nuestros hijos padecerlo, igual que a nosotros o peor.
Para eso, se requiere mucha conciencia, mucha responsabilidad y empezar por apostarle a la focalización del gasto público en la inversión social, en la gente, con sentido mucho más humanístico, para dignificar a nuestra población. Dejando atrás la danza de los millones, trabajando por indicadores y apostándole a una política pública de derecho y al ciclo vital. Ya no más ausencia de alimentos, agua, vivienda, empleo y salud en nuestro departamento. Tenemos que tomar conciencia de que el ser humano necesita lo esencial para vivir y para eso, hay que reactivar la economía con una novedosa revolución de oportunidades.