Si usted, amigo lector, visita con frecuencia o ha vivido en Barranquilla, de seguro sabe qué es un(a) “espantajopo”. Barranquilla es la capital mundial del espantajopismo. Si desglosamos el término, es quien, por estar aparentando lo que no es ni tiene, termina “espantando” a potenciales hembras. Pero el espantajopismo no es exclusivo de los barranquilleros y se ha incorporado al modo de ser de la mayoría de jóvenes del Caribe colombiano. Para lo sabaneros, un espantajopo es un “farto” (sufre de “fartedad”), para un riohachero es un “facistor” y en La Guajira, un “aparentador” o “pantallero”.
El chico que no usa un suéter o camisa que no lleve la marca de Tommy, Lacoste, Ralph Lauren, Diesel; el calzado tiene que llevar la marca de Nike, Puma, Converse o Adidas, así como las gorras, es un espantajopo. Para estos, China se ha convertido en la fábrica de sus sueños pues desde allá entra, a precio de “agáchate”, toda marca fina, pero falsificada para estimular el espantajopismo. También es espantajopo la dama riohachera que se va a Maicao a comprar un “tierrasantazo” y llega a una fiesta a presumir “lo compré donde Ana Matilde”. No falta la que se va a los remates, pero se lleva una bolsa de Ela, Strictis o Koaj para empacar lo que compra y presumir ante las vecinas.
Un espantajopo está conectado al máximo de redes sociales y ostentar miles de amigos, pedir casi rogando que le regalen “likes” a lo que publica. La selfie es su forma de estetizarse así mismo y lo que está a su alrededor, una realidad “fotoshopeada”. Así hace espantajopismo turístico: montajes que lo muestran en El Rodadero o Panaca cuando no ha salido de su cuarto.
Espantajopos son esas mujeres que ostentan “haber triunfado” porque un solterón o viudo que ya no encuentra mujer que se lo aguante en su país, se la lleva a vivir al extranjero sin que eso represente que pueda trabajar y hacer un nombre propio como profesional, sino dedicarse a la vida doméstica. Y pensar que ostentan para darle envidia a las amigas y se mueran de frustración sus ex.
Aparentar ser un fino gourmet hace parte del estilo de vida. Donde quiera llega a comer, se toma una selfie, en especial si es una plazoleta de comidas o restaurante, nunca en un “corrientazo”. Espantajopismo musical es de los que sufren esos fanáticos “caza saludos” de los cantantes para dar en entender “que están en la pomada”, que cazan una foto con el músico de moda para aparentar que son “panas”, “llaves”. Están ahí donde quiera haya un concierto, se inaugure un sitio o esté de moda, así no tenga cómo consumir.
Espantajopo es, también, ese al que en La Guajira sus colegas del volante llaman “carro mío”, pues suele ostentar que el vehículo que conduce es de su propiedad, pero siempre se descubre que es del patrón. Espantajopismo es descrestar con rituales y ejercicios de una cultura oriental, ser una chica o chico “fit” o vigoréxica, con dieta vegana la que abandona a lo que se topa con un suculento sancocho o churrasco, en fin, para los espantajopos toda moda y toda identidad no es una piel sino una camisa que se quita y se pone, o no se vuelve a poner.
Como espantajopismo se puede calificar esa gente de estrato cero, que vive en una invasión y forra su casa con afiches de candidatos de un partido que nunca ha regalado una casa, favorece a los más ricos y acrecienta la inequidad; sin embargo, el humilde uribista (y arribista) defiende esa bandera “porque ahora sí se puede ir a la finca” y se autoproclama como “capitalista”. Relacionado con este tipo de espantajopos, está el electoral, el sedicente “líder” que en campañas busca afanosamente quien les aporte para la “logística” cantando miles de votos y manejo de “varias comunidades” cuando no tiene ni el respaldo de su misma familia.
El espantajopismo es un estilo de vida en una posmodernidad en la que es mejor aparentar que ser, una manera de no fracasar en una cultura de consumo y ostentación, un producto de la vida urbana y de la feroz competencia por trepar donde nuestros recursos y medios no nos permiten.