Ni siquiera el gallo había cantado, cuando ya la matrona estaba de pie, mantilla en mano, arreglada y perfumada con agua de rosas y, para prevenir la fatiga del estómago vacío, rompió el ayuno con un tinto con canela y un bollito limpio de maíz y se lavó las manos, rociándose de nuevo el aroma floral en toda su desgastada humanidad.
La nieta ya estaba lista esperándola, un poco soñolienta pero sabía que apenas la brisa del nordeste le acariciara la cara, le espantaría el sueño y la emoción de ser partícipe de este magno evento, aplastaría la flojera porque, de seguro, esto sí que vale un madrugón.
Se encaminaron rumbo a la Catedral y divisaron grupitos de a dos y de a tres personas que se dirigían al mismo sitio, y en la puerta de la iglesia se dividieron: unos siguieron la imagen del hombre y otros, la imagen de la mujer; unos acompañarían a Jesús Resucitado y otros a La Dolorosa.
Doña Elba Ariza de Romero, quien presidía la asociación de Madres Católicas de la Catedral, también perfumada de rosas y, con su elegancia innata, impecable y fervorosa, organizó su grupo para encabezar la procesión.
El sol aún dormía cuando la dolorosa se asomó por la calle segunda, en dirección a las monjas; el resucitado se alejaba por la carrera ocho y en una trayectoria circular e inversa, siguieron las dos procesiones prestos a realizar el esperado encuentro en la concurrida calle del comercio que, a esa temprana hora, estaba deshabitada y con las vitrinas cerradas, así que solo las cadenas, rejas y candados, dieron la bienvenida a las dos procesiones que justo al interceptar la calle tres, se encontraron.
Ella lo reconoce sorprendida y quienes la sostienen lo manifiestan con dos pasos atrás; él se acerca donde su madre Dolorosa y amada y con movimientos sincronizados de lado y lado, se hacen el saludo reverencial: ‘La cortesía’.
¿Quién no se conmueve ante la imagen sagrada de tan magno encuentro? Aplausos de júbilo invaden el ambiente, mientras las dos imágenes se encaminan, finalmente juntas, por la calle tres, de vuelta a la iglesia.
Monseñor Obispo los recibe y culmina la celebración de la resurrección del domingo de pascua, con una misa solemne y cantada.
Al salir de la iglesia, la luz de los primeros rayos solares espera a los feligreses y la matrona, con la nieta agarrada de su mano derecha, el bastón humano de su vejez, saluda a sus paisanos y regresa a casa.
Hace más de 40 años sucedió este “encuentro” aún nítido en la memoria de la niña, ahora mujer, quien inventariando los rostros en el vivo recuerdo, descubre con tristeza que, en su gran mayoría, pertenecen a esa gente buena que ya se fue.
La vida continúa y la fe acompaña aún el alma de la niña de entonces, ella regresa a la iglesia y repite el ritual; ahora con un velillo de encaje negro al puesto de las dos trenzas, y asiste a un recorrido diferente, de las dos imágenes sagradas.
Lo que permanece igual, aún con el paso de los años, es la emoción y las lágrimas que invaden su rostro cada vez que El Resucitado saluda La Dolorosa y ella, ahora madre católica como su abuela y con la fe intacta, es testimonio, una vez más, de ‘La Cortesía’.