La conciencia ciudadana, se define como el conocimiento que el ser humano tiene de sí mismo y de su entorno. En otros casos, también la definen como la percepción o el reconocimiento de aquello que está bien y de lo que está mal, siendo esto, la capacidad que tenemos para ventilar casos de conciencia.
Desde el punto de vista de la moral, también podemos hablar de la toma de conciencia social o política, que no es otra cosa que, el conocimiento que tiene una persona sobre los demás integrantes de su comunidad. Mientras tanto, la conciencia ecológica, es la aprobación y el intento por cambiar los aspectos negativos producidos por el ser humano con respecto a la naturaleza.
De acuerdo a estas definiciones, la conciencia ciudadana se convierte en el pensamiento que nos detiene en el diario acontecer, para llevarnos a la reflexión acerca de dónde venimos y para dónde vamos, qué somos, qué queremos y qué necesitamos como sociedad, en virtud de ser mejores personas cada día para el bien colectivo y de nosotros mismos. Hoy nuestros municipios en La Guajira, además de representar simbólicamente nuestros vivideros colectivos, encarnan nuestras aspiraciones como seres humanos.
Pero el concepto de conciencia ciudadana se ha venido devaluando o tergiversando para echarle toda la carga de la responsabilidad sobre el desarrollo social y económico al estado. La mayoría de los ciudadanos se han acostumbrado a un estado asistencialista que todo debe ponérselo en sus manos. Muchos se olvidan de sus responsabilidades como buenos contribuyentes y buenos ciudadanos para cambiarle la cara al entorno de nuestros municipios, con el concurso de gobernantes y ciudadanos.
La ciudadanía se ha convertido en convidados de piedras o ciudadanos de humilde conformidad, que solo esperan que las entidades territoriales hagan o dejen de hacer lo que les corresponde en su responsabilidad misional para solo criticarlos sin propuestas o alternativas de solución que lleven a cambiar el rumbo. La respuesta es la polarización social confrontando intereses en la búsqueda del poder político sin ser realmente una alternativa programática creíble. Hoy en nuestro departamento se requiere impulsar y promover la conciencia social y política, por el interés superior del desarrollo de un departamento con la posición estratégica y las condiciones sociales y económicas para lograrlo. Por eso, es hora de impulsar la participación ciudadana, la cultura ciudadana y las normas de sana convivencia. Necesitamos más y mejores ciudadanos en La Guajira para mejorar nuestras particularidades poblacionales y territoriales.
Eso de que los hermanos ya ni amigos quieren ser y los vecinos tampoco, debe quedar atrás. Igualmente, que los ciudadanos no hagan una participación patriótica y constructiva, tampoco. Debemos rescatar el civismo y el altruismo y el sentido de pertenencia por nuestra tierra. Uno la tierra donde nace la debe querer, y para lograrlo en La Guajira, necesitamos aumentar la conciencia individual y colectiva, no solo es suficiente con ser habitantes del territorio, sino buenos ciudadanos.
Nos hemos venido acostumbrando al estado paternalista que nos debe garantizar nuestros derechos y resolver nuestras necesidades y problemas con valor público. Pero ahora debemos volver al ciudadano proactivo y participativo, ese que se involucra en los asuntos del estado e impulsa las acciones comunales y solidarias. La ciudadanía no puede ser indiferente ni darle la espalda a lo que ocurre en su municipio. Es cierto que al servidor público le corresponde resolver el mejoramiento de la calidad de vida de la población, reducir sus necesidades básicas insatisfechas, controlar el orden público e impulsar el desarrollo humano.
Pero los ciudadanos también pueden hacer uso de sus responsabilidades, tales como, la libertad de asociación y expresión, la propiedad privada, el derecho a la vivienda y trabajo, la obligación de respetar las leyes y de respetar diferentes expresiones culturales. Hoy se requiere el ciudadano que respeta las normas urbanísticas y las señales de tránsito, que no invade el espacio público, que se estaciona en el lugar apropiado, que obedece a la fuerza pública, que respeta a la autoridad, que convive con sus vecinos, que no genera violencia ni verbal ni física y que ama el pueblo donde tiene enterrado su ombligo y sus difuntos.
Pero este cambio no se logra si seguimos pensando igual y actuando igual, dejándole todo al estado y a los gobiernos locales. Si solo nuestro rol ciudadano es criticar a quienes gobiernan sin cuestionarnos nosotros mismos, ni hacer un meas culpa, sin escudriñar el papel de la sociedad civil y de la ciudadanía.