Cuando comienza el año, después de haber disfrutado de los excesos de diciembre, de francachelas y comilonas, de estrenos, viajes y jugueticos, la vida nos pone con los pies en la tierra y nos aterriza a la dura realidad de las responsabilidades cotidianas.
El hombre del Caribe es poco precavido, vive su día a día a la bulla de los cocos, confiando en un Dios que proveerá a quien no siempre le alcanza para proveer a todos y por eso, merodeando por el barrio, aparece la inoportuna pelúa y los “estoy limpio”, justo cuando hay que matricular a los pelaos, comprar libros, uniformes, etc.
Entonces con pena y vergüenza, se desempolvan las prendecitas heredadas, regaladas o compradas por cuotas y libranzas, para llevarlas a los negocios de compraventas y exprimirle el más alto valor que se pueda extraer, con la promesa de rescatarlas apenas se componga la mano.
Pues bien, a veces se compone y corriendito se regresa a buscar la prenda, pero otras veces la puerca tuerce el rabo, el plazo se vence y se pierde esa gargantilla con camafeo, los aretes de melcochas de oro rosa o la esclava gruesa que hazañoseaste apenas recién comprada.
Al menos mañana los muchachitos van con zapatos nuevos al colegio, piensas y el deber cumplido te hace sentir mejor.
La compraventa es el refugio de las afugias, allí van a parar las cuitas y pesares de las vacas flacas y las uvas verdes y, por eso, quien la visita, entra cabizbajo, medio escondiéndose y apenado, pero el que la atiende no conoce de empatía y con malpecho se regodea para atenderte y prueba siempre a estacarte, dándote el menor valor por ese objeto de valor que, tal vez, no verás más.
Qué enero tan duro de una vida dura y aun así la gente no se cansa de fiestar. Ya se metieron los precarnavales y se bebe desde el viernes, caseteando y parrandeando con el bolsillo medio vacío; así que a gorrear se dijo, porque “ta’ malo”, está es bueno y uno no aguanta un galillo de Silvestre pa’ despertar las ganas de enmaicenarse y beber “bacano, bacano, bacano”.
Menos mal que prohibieron la tortuga, así que a la hembrita que te levantaste en la caseta, brillándole la hebilla con un “cundé, cundé, cundero”, la puedes engañar con una arepuelita de dulce y un café, pa’ no maltratar el ya herido bolsillo. Aunque si no falta ese compadrito generoso selectivo, que tal vez no te presta pa’ los libros de los pelaos, pero te patrocina la pea hasta el final, con todo y vagabundina, te lleva hasta la puerta de tu casa cuando no te perteneces y le entrega el celular, la billetera y el reloj a la patrona, que te espera con gatorade, cantaleta y Alka-Seltzer, recordándote que el mundo no es tuyo y que el lunes hay que trabajar.
Ay ombe, al hombre que trabaja y bebe, déjenlo gozar la vida, que apenas esté sobrio, él resuelve como sea, esta pelúa se espanta y la mano se compone porque se compone.
Con la alegría del Caribe, inicia este nuevo año, esperando que las cabañuelas te pinten cosas bonitas y los nuevos gobiernos traigan buenos tiempos.
Mientras tanto y, como lo ordena la reina: “déjate llevar y vamos a gozar”.