“Si pa’ morir solo hace falta tener vida, y mientras haya vida quedan esperanzas, me animan las palabras que decía mi padre que al guajiro hasta la muerte le llega tarde”.
Mientras participábamos con nuestros compañeros de la Academia de Historia de La Guajira a los actos conmemorativos del cumple número 238 del natalicio del Almirante José Prudencio Padilla López, vino a mi mente el aparte que hemos transcrito de la Canción titulada ‘Volví a llorar’ de mi amigo Amílcar Calderón Cujia, que para fortuna de la música vallenata fue incluida por Jorge Oñate y Alvarito López en el LP titulado ‘El folclor se viste de gala’ en el año 1988, en la cual en un esfuerzo de autoconsuelo, hace saber que mantiene la esperanza de encontrar consuelo después del desengaño, y consciente que como siempre por ser guajiro tendrá que esperar.
Evidentemente se realizaron durante los días 18 y 19 de marzo reciente pasado varias actividades con el propósito de dar cima y altura a un acontecimiento que por sus connotaciones sacude el orgullo de haber nacido en el suelo bendito peninsular, donde enterraron el ombligo del hombre que con su coraje, su inteligencia natural y su conocimiento del mar, hizo el más trascendental aporte naval para hacer posible la libertad de varios países latinoamericanos, que durante estos días le han tributado grandes homenajes de gratitud.
Los actos incluyeron el Tedeum presidido por monseñor Francisco Ceballos Escobar en la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, celosa depositaria de su morada maravillosa, y los máximos honores como testimonio de admiración por parte de la Armada Nacional frente al monumento erigido en la plaza que lleva su nombre en la ciudad capital de La Guajira con la participación de los niños, niñas y adolescentes que cursan sus estudios en distintas instituciones educativas de la ciudad.
Sin duda, las circunstancias en que se puso fin a su existencia es una herida abierta en el corazón de Colombia y no dudamos en afirmar que más que la patología que dice la historia oficial que acabó con la vida de Simón Bolívar, pudo haberlo llevado al sepulcro su consciencia atormentada por haber propiciado azuzado por los aduladores envidiosos, intrigantes y celosos, la condena a muerte de ese hombre inocente, incómodo para Montilla y otros rufianes que veían con amargura los reconocimientos meritorios alcanzados por Padilla en las sucesivas batallas, y la admiración que despertaba entre las mujeres de su tiempo, por su porte erguido y la fama de sus confrontaciones heroicas.
Con José Prudencio, el Grande, sucedió parecido a lo que pasó con Jesús de Nazareth, también víctima de lo más bajo del ser humano, el sufrimiento por la fama ajena, el dolor por el triunfo del otro, la incompetencia de quienes veían en ellos alguien que les hacía competencia, y los celos enfermos de quienes por falta de inteligencia para nada importaban a las féminas que les seguían, los respetaban y los escuchaban, en esas condiciones, ninguno de los dos tenían salvación, y gracias a la injusticia con su partida de este mundo no les llego la muerte sino que comenzó su inmortalidad.
La radiografía retrospectiva de lo que hicieron con el Almirante, la describió magistralmente el 23 de Julio de 2014 el maestro del periodismo Juan Gossain, en una crónica que tituló: “Historia de una monstruosa infamia, José padilla: el Libertador del Agua” dice así: “Ahora, cuando estamos celebrando los doscientos años de la Declaración de Independencia de Colombia, ahora es el momento oportuno para decirlo con franqueza y con toda la claridad posible: la historia oficial de nuestros próceres ha sido tan tergiversada, de buena o de mala fe, que algunos de ellos han recibido a lo largo de estos dos siglos mucho más desconocimiento del que en realidad merecen.
Otros, en cambio, y por lo contrario, han sido ultrajados con el olvido e, incluso, con la calumnia y la infamia, no tengo ninguna duda de que el almirante José Prudencio Padilla ha sido la víctima más dolorosa de esta injusticia histórica. Pagó el precio de las intrigas ajenas con su propia vida, y no solo una, sino dos veces: Primero lo fusilaron y luego lo ahorcaron en Bogotá en 1828, acusado mañosamente del terrible delito de traición a la patria, la misma patria que él había ayudado a fundar con dignidad y con valentía. De esa página negra de la historia nacional se cumplirán 183 años en el próximo mes de octubre. Espero que a nadie se le ocurra conmemorar el aniversario de semejante crimen, como no sea para condenarlo con energía.Como si fuera poco, y como si sus enemigos no conocieran límite alguno en su ensañamiento contra el almirante, en 1830, dos años después de haber sido ejecutado, se cumplió el terrible decreto del gobierno que ordenaba que la memoria de Padilla fuera borrada de la historia de Colombia, eliminada de los archivos y desterrada para siempre de todos los registros y documentos”.
Pregunto ¿qué pensará Padilla en el cielo cuando ve desde allá que el principal puerto de su tierra lleva el nombre de quien lo mandó a matar?, ¿que habrá pensado cuando vio que en frente de la Institución Educativa que lleva su nombre en Riohacha se le colocó el nombre de su verdugo al parque construido en el lugar? Cómo se puede engañar a unos pocos todo el tiempo, a todo el mundo durante un tiempo, y a Dios en ningún tiempo, fue la historia la que absolvió al Almirante, y justificados tiene todos los honores que recibe a su memoria. Como buen guajiro, la justicia le llegó tarde cuando ya los envidiosos lo habían apartado del camino, así sucedió con Jesús el hijo de María, con su inmerecido calvario comenzó para ellos la verdadera vida, esa no la pudieron acabar sus enemigos gratuitos, de esos que a pesar del paso de los siglos todavía los encontramos como arroz partido.