“Luceros que van errantes sin decir nada, tardes de diciembre linda que oye mi pena; quisiera decirle amigos cuanto los quiero, y en cada verso llevo un recuerdo de chorros mansos de La Malena; que llevo dentro muy dentro el sabor a pueblo, de tanta brisa en los aguaceros y tanta paz que hay en mi alma buena”.
Embriagado por los recuerdos, tengo en mi mente el aparte preliminar de la canción ‘Recuerdos de mi tierra’, de la autoría de José Alfonso ‘Chiche’ Maestre, interpretado por Poncho Zuleta y el acordeón de Raúl ‘El chiche’ Martínez, incluida en el LP ‘Mira mi Dios’ de 1990, se inspiró entonces el ‘Patillalero’ para hacerle a su tierra una de las canciones más hermosas y evocadoras que se han conocido en la música vallenata, por su letra sentida que nos hace recordar los más bellos momentos vivenciales de nuestra época de muchachos, cuando éramos felices pero no lo sabíamos.
Llegó noviembre y por voluntad de Dios entrando a la plenitud de la Navidad, diciembre asoma con luces y sombras, una carga de nostalgia y muchas razones para derramar lágrimas a solas que son las que más duelen, ineludibles cuando recordamos a quienes se fueron y esperan nuestro reencuentro un día en aquel lugar misterioso a donde la muerte no existe y el pasado es intrascendente, viene al pensamiento tanta gente buena que ha emprendido el viaje sin retorno, que quisieron respirar vida y no pudieron, las suaves brisas del nordeste ya no puede acariciar su piel, y no pueden sentir por las tardes novembrinas ese olor inconfundible que muchas veces se confunde con la brizna tenue de las lluvias indecisas que abrazan nuestros pueblos durante este interregno de la anualidad, porque decía mi vieja que “En noviembre llovizna en cualquier momento” .
La inversión de valores y la prevalencia de las cosas materiales sobre lo espiritual, hacen menos llevadero este tiempo de tan sentidas ausencias, las añoranzas, hacen entonces atajos en nuestros caminos, llevándose consigo las tradiciones, los usos y costumbres heredados de nuestros mayores, y quienes aquí estamos en la lucha permanente en la dirección trazada por ellos para no dejar morir nuestros sueños de paz, reconciliación y unión familiar como puntos esenciales para una vida colmada de bienaventuranzas.
Antes que la civilización acabara con las casas de bahareque en Monguí, durante este mes cambiaban las palmas, y arreglaban sus paredes con barro negro revuelto con boñiga de vacas, lo revolvían con una pala y el albañil lo pisoteaba a pata pelá, durante ese ritual daban vueltas sobre el barro como gallina persiguiendo cucarachas, para que “compactara”, la embarrada era a mano limpia, sin guantes ni palaustre, y lisa la superficie, después que se secaba le colocaban la tapa a la cajeta, el baño de agua con cal, quedaban las casas blanquitas, el más solicitado durante estos días para esa preparación para recibir la Navidad era Leopoldo Redondo “Leopoldon”, un bohemio y machetero de Baranoa que desarrollaba su buen trabajo acompañado del Radio Transistor azul ataviado con una cabuya para guindarlo de los palos, Limberg su perro y una botella de “Jopo e Tigre” un afanado chirrinchi que preparaba María en Hatonuevo y lo vendía Nelis mi tía, él durante la temporada no se alcanzaba, tenían que reservar cupos, y los precios de la palma amarga se ponían por las nubes, esas casitas frescas con las tinajas en el rincón y tabiques que dividían la sala del aposento solo quedan en los recuerdos.
Durante estas semanas se realizaban exámenes finales en nuestra escuela, nos jalábamos la ropa, la oreja, o nos tirábamos papelitos para que nos “soplaran” la respuesta, algunas niñas pegaban hojas de cuaderno en la parte interior de su falda la cual volteaban de vez en cuando para “ayudarse”, el problema grande era cuando el maestro o la maestra se nos parqueaba cerquita, ahí se nos hundía el barco, tocaba limpio a limpio, algunas veces lográbamos pasar así fuera dejando el pelo en el alambre, era divertido, igual esperábamos con gran alegría la fecha de “Las clausuras” era el Acto social del año en el pueblo, se realizaba una ceremonia revestida de toda solemnidad, los alumnos y alumnas de quinto año elemental recibían el título acompañados de sus padres y en presencia de todo el pueblo, claro los que cabían, adentro y por los calados, era curioso lo que sucedía porque Monguiero que se respete tiene algún apodo o sobrenombre, así que cuando llamaban al jovencito o jovencita para recibir el Cartón, alguien gritaba alguna cosa desde la multitud, por ejemplo “Veeeee zutanito al fin!!!” para significar que ese cliente fue flojo para el estudio, o terminó “Viejo” con relación a sus condiscípulos, muchos derramaban lágrimas por la despedida de nuestra escuela, recibidos los grados, y entregadas las medallas, el siguiente punto era un baile para el cual no se necesitaba invitación, no habían fiestas privadas, era un día memorable para todos, los maestros se esmeraban por la buena preparación de nosotros, lo daban todo para nuestra buena formación en valores y amor al terruño, eso se acabó, por eso recuerdo siempre el discurso de mi padre cuando dijo que “El problema de la educación en nuestros pueblos no es de cemento ni ladrillo ni de pupitres, es que cada vez hay más profesores y menos maestros”.
La Navidad ya está con nosotros, pero no es igual cuando están ausentes los nuestros que ahora están junto a Dios, ya no nos ayudan a encender la luz del Arbolito, brilla para ellos ya la luz perpetua, y me parece escuchar en mi corazón a Alex Manga cantando la canción de Wilfran Castillo que dice: “Presiento con las brisas del verano la presencia de un hermano, que por circunstancias de la vida de i lado un día se fue, recuerdo los consejos de mis viejos que a la tumba ya se fueron, y quisiera devolver el tiempo para verlos otra vez, Navidad quisiera encontrarlos de nuevo”.