“Si me preguntan de las fiestas cuál me gusta, siempre respondo las Navidades… allá en mi pueblo sobre los cerros había un lucero que siempre imaginé, que era la estrella que iban siguiendo los Reyes Magos camino hacia Belén”
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Mil navidades’ de la autoría de Rosendo Romero Ospino grabada en 2012 con su voz por Martín Elías acompañado del Acordeón del ‘Morre Romero’, recordé esa canción cuando me encontraba en nuestra casa en Monguí, y se estaban colocando los adornos y luces de navidad.
Aquella tarde ratifiqué mi percepción, que en los pueblos cada época del año tiene su olor característico, diferente, embriagador y también evocador de mejores tiempos, es lo que sucede con la Navidad, no me había repuesto aun de esa sensación de gota fría que se alojó en mi alma al entrar a nuestra casa y ver la mecedora vacía, cuando percibí en el ambiente el olor a pintura fresca, a paz, a nostalgia, como si mis sentidos se hubieran estremecido ante la presencia de los días navideños en el lugar donde enterraron mi ombligo.
El escenario, no podía ser diferente, una tarde con el sol escondido, sin ser gris, una brisa tenue del nordeste que refrescaba mi memoria y un inmenso arcoíris que se desplegó imponente detrás del patio de la casa sobre la torre más importante del mundo para aquellos Monguieros que nunca hemos visitado a París, me refiero a la emblemática estructura del molino de viento Aermotor fabricado en Chicago cuya agua nos dio de beber desde que nacimos, nos hizo crecer y fue vital en el saneamiento básico colectivo, mientras aquello sucedía, escuchaba por todas partes los gallos cantar, así recordé a mi vieja cuando decía que “Los gallos en Navidad cantan a cualquier hora”, ellos también presienten la proximidad del mes más lindo del año, igual nos decía que en épocas pasadas, en noviembre caían lloviznas inesperadas de mañana, en la tarde o de noche.
Pude notar que a diferencia de otros tiempos, nadie hablaba esta vez de ‘La verbena’ porque venían los estudiantes que cursaban estudios fuera, no se escuchaba por las calles el alta voz de los radios que durante las tardes dejaban escuchar “Atardecer vallenato” por Radio Almirante, tampoco vi la algarabía de las muchachas y muchachos gritando a la ventanilla de los buses de Cosita Linda, Cootracegua o Copetran sus Anuncios de combate, “ce de leche, de maduro y de coco, cuajaderas, queques y almojábanas, panderos y amasa pan”, eso se acabó, la gente que hacía eso ya no están, las empresas de transportes tampoco, la modernidad, saco a nuestra gente del juego.
Todo aquel que encontramos en las calles nos habla de pandemia, de delitos, de mala situación, de desesperanzas, ya ninguno refiere que viajará madrugado a Riohacha o Maicao para comprar ‘La pinta’, hay más motivos para el dolor y la lamentación que para recibir la época de la natividad como solíamos hacerlo cuando nuestros mayores vivían, y a todo le tenían solución.
Los pico de Juaco y el de Mitilia que contagiaban con su alegría a los monguieros, quedaron en el recuerdo, sus protagonistas, propietarios y sus mejores clientes, ahora comparten pero en el aposento celestial, y a la generación que les sucedió, todo lo que ellos hicieron, les quedó grande, producto de la inversión de valores, la falta de sentido de pertenencia y el calculado ahorcamiento de la alegría.
Es una lástima, que el olor a la Navidad, no sea suficiente para devolvernos el derecho de ser felices en nuestro propio pueblo, duele reconocer que siguen los cambios pero para empeorar, es triste admitir que pocos motivos están quedando para el disfrute porque vivimos ocupados defendiéndonos los unos de los otros, mientras la melancolía ante la brutal realidad de las sentidas ausencias sigue haciendo fronteras en nuestro precario entusiasmo, sin que aquellos que nos enseñaron el camino puedan hacer nada porque ya se fueron, ya no están.
Echamos de menos las casas de palma y bahareque que para esta temporada eran remozadas con barro revuelto con boñiga de vacas y blanqueadas con cal regalándonos una sensación de pulcritud urbanística y de frescura ambiental, cuando terminaban los detalles, la gente cambiaba el tabique que separaba la sala, del aposento, para eso, en mi casa les regalaban revistas y periódicos, y para ser guindados en su clavo, mamá les regalaba el Almanaques de la “Farmacia del Pueblo” de Alberto Ricciulli Sucesores, también para las predicciones del del tiempo, los Almanaques el Pintoresco de Bristol con su Tricofero de Barry, y el Almanaque Popular de la “Farmacia Blanco y Roca”
“Navidad, quisiera abrazar a mis viejos, Navidad, ¿será que se han ido hasta el cielo?” Omar Geles – Vientos de Navidad.