“No hay mar como el de Riohacha”, escribió con nostalgia Gabriel García Márquez. El fallecido Premio Nobel de Literatura nos dejó a los riohacheros en su autobiografía ‘Vivir para Contarla’, esta expresión categóricamente visionaria sobre uno de los más representativos espacios de su incomparable y privilegiada geografía. En esta ciudad hallaron sus padres Luisa Santiaga Márquez Iguarán y Gabriel García, un paraíso caribeño perfecto para pasar su luna de miel, en una apacible vivienda familiar ubicada en la calle tercera entre carreras quinta y sexta, al lado de la antigua Casa de la Aduana en el centro histórico de esta ciudad. En ese relato descriptivo de su vida, también confesaría sobre Riohacha: “la ciudad de arena y sal donde nació mi estirpe desde los tatarabuelos, donde mi abuela vio a la Virgen de los Remedios apagar el horno con un soplo helado cuando el pan estaba a punto de quemársele, donde mi abuelo hizo sus guerras y sufrió prisión por un delito de amor, y donde fui concebido en la luna de miel de mis padres”.
Nuestra relación histórica con el mar es evidente, y tan estrecha como el impacto que, para la calidad de vida de los riohacheros, supone, por ejemplo, tomar periódicamente baños en sus saladas y frescas aguas. El mejor lugar para relajarse los fines de semana y disfrutar en familia, el remedio natural para contrarrestar los síntomas de gripa y la mejor terapia para las dolencias del cuerpo causadas por la artritis o el reumatismo. Junto al cielo, ambos conforman el más extraordinario lienzo de hermosos amaneceres y atardeceres en ocasiones con tonos anaranjados y en otras rosáceos; sentarse simplemente a contemplar la belleza avasalladora del milagro de la creación, produce sin duda, una sensación de bienestar, paz y gratitud indescriptibles. A todo lo anterior, se suma su condición de espacio esencial para el comercio y el transporte marítimo, otrora fundamental en el dinámico y esencial proceso de intercambio de bienes y servicios con el caribe insular. No se puede pasar por alto, que el más grande prócer de Colombia, catalogado como el primer héroe naval de Colombia, fue José Prudencio Padilla. Por otra parte, el valor mítico que para los apalanchi supone, su mística relación con el mar, no solo como fuente de abastecimiento de peces y mariscos si no, como parte fundamental del universo cosmogónico wayuú.
La expectativa generada por la construcción de la primera base de guardacostas en Riohacha, se constituye para quienes vivimos en este lugar de ensueño, en un hito histórico no solo para fortalecer la preservación de la vida de los navegantes y la seguridad, sino para el desarrollo de las variadas oportunidades y potencialidades que ofrece la tradicional vocación marítima de la ciudad. Propone además, la reivindicación y el reconocimiento de la ancestral relación de los lugareños con el mar, así como el impulso a la explotación para diversos fines como el turismo náutico, de este escenario natural colmado de belleza e inmensidad. Seguramente, todos los Riohacheros anhelamos que la siguiente obra sea, la Marina del Distrito de Riohacha y otros muelles turísticos, cuya intención de construcción contrario a diluirse, debería concretarse en un futuro cercano.
Mientras esa realidad es edificada, conocer la base de guardacostas de Santa Marta, liderada por el Capitán Torres, y cuya tripulación está compuesta por oficiales y suboficiales de la Armada Nacional, fue una grata experiencia. Desde la delegación de la que fui parte, agradecemos infinitamente a los Capitanes de Navío Jorge Herrera, comandante de Guardacostas de Colombia, y Octavio Gutiérrez, comandante de Guardacostas del Caribe, al Capitán Murillo, a los Tenientes Arteaga y Gomesscáceres, y por supuesto, a ti mi querido Adolfo por hacer posible el enriquecedor recorrido que nos recordó que somos gentes de mar.