El aprendizaje se da con la teoría y con la práctica. Las vivencias son el ejercicio, son la materialización de la teoría, o sea, son la práctica de lo que se va a aprender y finalmente se aprende porque se construyen unas habilidades, y porque el ser humano al involucrarse adopta modelos, adopta costumbres, y casi siempre, cuando la gente aprende o reaprende convierte lo aprendido en costumbre, lo vuelve habito y estilo de comportamiento.
Quiero que tengan presente este preámbulo y lo relacionen inmediatamente con el contenido que aquí planteamos porque quiero que reaprendamos o aprendamos a practicar la democracia pura.
Voy a desarrollar mi escrito teniendo como referencia la jornada electoral de este domingo 29 de mayo de 2022. Esto tuvo una importancia más allá de escoger finalistas para elegir presidente de la República; fue una muestra evidente, coherente de lo que debe ser un proceso eleccionario. Esa jornada es la imagen de cómo debe ser la democracia, como se debe construir democracia pura.
¿Y cuál es la diferencia que queremos resaltar? Se vivió un proceso de elección cumpliendo mucha gente con principios constitucionales, como, por ejemplo: el voto es secreto.
Cuando a las 8 de la noche del domingo 29 ya conocíamos resultados, la sorpresa se dio porque muchos ciudadanos en el silencio de su conciencia, así hayan perdido o ganado, tomaron la decisión autónomamente por quién votar; posiblemente la tomaron hace mucho tiempo o probablemente el mismo domingo y no la comunicaron, no la compartieron con ningún líder, sino que ese día el ciudadano fue y descargó en un tarjetón electoral el producto de su reflexión, el dictamen de su conciencia, o el desahogo de tanto años de tener atragantada esas ganas de votar libremente, sin presiones, sin dadivas, sin la compra y venta del voto, sin la humillación de montarlo en el vagón de una camioneta u otro vehículo y bajarlo frente al recinto electoral en fila y expuesto a la marca de corrupto, a la estigmatización y al escarnio público; tampoco quería sentirse como una barata mercancía porque hace parte de una lista que alguien va y la negocia; o como los que negocian su voto en su casa o en otras partes y van amargados a votar por el candidato que le dijeron y lo hacen porque ya hizo un negocio y es una persona seria.
Ese domingo 29 ese ciudadano liberó esos deseos reprimidos de votar “a sus anchas panchas” sin perder la dignidad y sin sentirse después que se le acaba lo que recibió, con la conciencia sucia y el honor pisoteado. Necesitamos aprender y reaprender buenas prácticas electorales para tener elecciones limpias y honestas. ¡Ojo gobernantes y dirigencia!
El otro principio constitucional que se resaltó el domingo 29 es el derecho de elegir libremente, el de ejercer el sagrado derecho del voto y salir alegre, feliz, complacido porque votó para elegir a quien quiso, por quien su convicción y gusto le dijo, y pudo luego caminar por las calles del pueblo, por el interior de su casa sin ser señalado de corrupto y sin tener unas paredes de su hogar que le griten simbólicamente porque vendió el voto, porque vendió su sagrado derecho a elegir: “no tienes vergüenza, eso es lo que estas enseñando a tus hijos, y después sales a hablar de los corruptos si el primero eres tú cuando vendes el voto”.
Entonces, lo vivido este domingo es la situación ideal, es el ejercicio democrático en toda su pureza, en toda su esencia. No fue el voto de las maquinarias, esas que fueron inventada en cada pueblo, o que fueron traídas de otras partes más corruptas. Esas que hoy se les llama empresas, confundiendo este noble nombre con la sucia manera de engendrar corrupción, constreñimiento al elector y otros delitos electorales, cuando una verdadera empresa lo que genera es beneficio social, desarrollo humano honesto, ennoblece a los profesionales que la dirigen y no los convierte en cómplices de la ignominia, y agentes de la perversidad o titiriteros de la maldad.
¡Por Dios, lo vivido el domingo es lo que necesitamos: una democracia pura y limpia! Una democracia donde el voto de opinión sea el resultado de unos buenos antecedentes, de las competencias, experiencia e idoneidad de quienes aspiran a la elección popular y de sus propuestas programáticas creíbles y factibles, y sea ese voto el que elija y no el voto comprado.
Eso es lo que necesitamos: procesos electorales limpios, transparentes sin coacción sin amenazas, sin humillaciones ni constreñimiento al votante. Que solo actúe su conciencia.
¿Perdimos autenticidad? Vimos muchos ejemplos después de las elecciones que nos hacen reflexionar. Por ejemplo, y ojalá se deje de hacer esa costumbre gringa de esperar resultados en los grandes salones de los grandes hoteles, cuando lo más sensato es que el candidato, gane o pierda, conozca los resultados en compañía de su familia. Después, o al día siguiente, en su sede o donde mejor lo pueda hacer, trabaje con su equipo como lo venía haciendo en la campaña. No pierda la costumbre de trabajar ordenadamente tampoco trastoque la prudencia.
Sé que este aparte de mi escrito tiene muchos contradictores, porque mucha gente lo justifica con nuestro espíritu alegre y fiestero, pero la prudencia, se gane o se pierda, es el mejor homenaje a sí mismo y a los demás candidatos. No dejemos de ser racionales para disfrazarnos de emocionales.
Siendo prudentes respetamos, evitamos ofender, porque eso se da. Después, al día siguiente, haga declaraciones a los medios. Haga declaraciones públicas. No obedezcamos a la presión de los medios. Ellos quieren insumos noticiosos y dejarlo para el día siguiente no es negar la información.