“Las luces en Navidad son más bonitas, son como la bendición de una mamá, a mí siempre me acompaña una estrellita, me cubre contra la envidia y la maldad, es mi madre linda que conmigo está”
Corresponde el aparte preliminar a la letra de la canción titulada ‘A mamá’, de la autoría de Félix Carrillo Hinojosa, que vino en el LP ‘Hermanos Zuleta 95’, en el mes de noviembre de 1994, la cual ha estado en mi mente en estos días, porque igual que su autor, también tengo una estrellita, pero mientras él la tiene a su lado, la mía me cuida desde el cielo. Es mi vieja que en esta Navidad guía mis pasos, en esta Navidad a donde quiera que vaya, así como la estrella de Belén condujo a los Tres Reyes Magos al lugar donde se había producido la natividad.
Son estos días cuando el dolor aflige, y la nostalgia abruma cuando recordamos aquellas navidades, cuando nuestras familias eran unidas y estaban completas, me refiero a aquellos tiempos cuando a pesar de la falta de muchas comodidades materiales, el amor, la alegría, la solidaridad, y la santificación de las fiestas mantenían felices los corazones de la gente en nuestros pueblos, eran días largos, soleados y de brisas permanentes, y noches frías que destilaban agua desde los techos de zinc en los alares de nuestra casa, y cada quien en su hamaca rayá dormía su noche completa porque ninguna preocupación nos agobiaba.
Recuerdo especialmente aquella Navidad cuando llegó a Monguí el primer televisor. Fue a donde ‘Chepa’ Romero q.e.p.d. en el mes de diciembre de 1973, era un televisor pequeño y culón, a blanco y negro, que exigía malabarismos con la antena para que saliera medianamente claro, y “sin lluvia”, funcionaba con la batería de la Toyota color ladrillo del tío Tomás, durante las noches lo colocaban en frente y se llenaba el lugar de muchachos y adultos que no nos perdíamos ni el Minuto de Dios del Padre García Herreros, con su cruz de palo y Azúcar Manuelita, que ya decía que “…refina la mejor azúcar del país”, aquello era maravilloso, nos aprendíamos las propagandas, todos éramos igualitos, y vivíamos contentos. Esa vaina no se olvida.
No teníamos servicio de energía, por eso en el marco de las puertas de las casas, cada quien colocaba un clavo de guindar la lámpara en el frente, durante las primeras noches, a esas horas los viejos visitaban unos a otros, en el salón de mi casa, llegaba mi abuelo, quien nos contaba cuentos e historias de cosas que pasaron durante sus años mozos, los jóvenes que estudiaban fuera, que llegaban de vacaciones también hacían presencia entre nosotros, mientras él nos echaba chistes y refería anécdotas que nunca se borran de mi mente; allí llegaba mucha gente a conversar, yo colocaba un saco de fique en el piso y allí los escuchaba hablar de las cosechas, de los enfermos, de los nuevos velorios y del abigeato que ya hacía presencia en el sector, todo quedó grabado en mi memoria.
No he podido olvidar cuando mi vieja cada noche al llegar el abuelo le brindaba una ‘Cerveza Águila, sin igual y siempre igual’, porque todos peleábamos entre nosotros para llevar la botella de pescuezo largo para adentro, con el único propósito de tomarnos el poquito que él siempre dejaba. Claro todos asumíamos el comportamiento del nieto atento con en abuelo, animados por el interés de tomar cerveza, a veces demoraba tomándosela, mientras fumaba con toda la calma del caso su tabaco de calilla que le hacia mi abuela, cuyo olor cuando lo siento hace que sienta su presencia junto a mí. Eran minutos eternos velándole el tiro a la botella, hasta que al fin llegaba el momento esperado.
Esa visita a mi casa era ineludible, noche a noche, fue él quien nos contó muchas cosas sobre Francisco ‘El Hombre’, de quien decía que sabía muchos secretos, y no precisamente sobre acordeones, y que su encuentro con el diablo, se decía entonces que fue con un espíritu maligno, porque él los sabia invocar, que no fue invento y tampoco fantasía; ya sabemos que de esos temas habla hasta la Santa Biblia.
La Navidad sin los abuelos y nuestros padres, ¡ya no sabe igual!