Por Rafael Humberto Frías
A veces, se le quitan a uno las ganas de seguir escribiendo para un pueblo que consideramos hoy, ciego, sordo y mudo. Un pueblo donde nada cambia, todo sigue igual. Un pueblo que a pesar de que el mundo se ha detenido como para hacer forzadamente un llamado a la reflexión para cambiar el rumbo, muchos siguen peleando como gatos boca arriba, para continuar en las viejas prácticas, los viejos modelos y estereotipos, donde nos habíamos extasiado por años. Donde se vive apartado de Dios y la sana doctrina, donde las cosas no se alcanzan por méritos sino por trampas, sin principios ni valores y donde no todo abrazo es sincero ni todo elogio es verdad. Mientras que, un puñado de hombres y mujeres luchan por una sociedad superior que le apuesta a la excelencia, a los principios y valores. Otros, se pasean como Juan por su casa, sin reconocer a las autoridades legalmente constituidas y se igualan con ella y no la obedecen en una actitud retadora y desafiante.
Sin ser buenos ciudadanos ni buenos contribuyentes, viven cuestionándolo todo y rechazando las acciones y decisiones de los gobiernos de turno y culpándolos de todo lo malo que ocurre. Unos viven siempre haciendo juicios y acusaciones condenatorias como posando de jueces de la sociedad. Pero no se observa un valor público imparcial de reconocimiento a quienes luchan por los derechos, las necesidades y los problemas de los ciudadanos desde la integridad y la innovación de nuestra sociedad. A todos se miden con el mismo racero. El funcionario desde esta perspectiva es incompetente y corrupto y los políticos ladrones, sin darles el principio de la buena fe, como si no existiera la gratitud pública.
Vivimos en una sociedad de antivalores, donde todo se observa invertido. Donde viene haciendo carrera la pereza intelectual, la intriga, la envidia y la persecución por el prójimo. Una vida social donde las mayorías le apuestan es al dinero fácil y a las prácticas del bajo mundo. Pero esto tiene que cambiar. El mundo se ha detenido como para prepararnos para un nuevo orden mundial. Un nuevo orden con libertad, pero ordenadamente, con cada cosa en su lugar. Donde el hombre trabaje para atesorar fundamento para el porvenir de él y su familia y no para patrocinar las fechorías de los delincuentes que lo despojan a mansalva del fruto de su trabajo. Un pueblo donde la fuerza pública sea para proteger los bienes y la honra de los ciudadanos y no para atropellarlos, ultrajarlos y asesinarlos. Un pueblo que sienta un sublime respeto por los bienes públicos y los considere sagrados. Un pueblo donde el gobernante y el gobernado trabajen de la mano por los intereses colectivos en busca del progreso. Donde se siembren en el bienestar, en desarrollo humano y calidad de vida, todos los recursos que se inviertan. Donde se le apueste a un mundo mejor y una sociedad superior que nos haga vivir felices y podamos volver a soñar.
Esto parece un recetario de buenos deseos o el anuncio de unos vaticinios imposibles de cumplir. Pero, no olvidemos que muchas veces, tenemos que rodar por el suelo, para levantar la cabeza y mirar hacia el cielo hasta despertar del letargo en que veníamos dormidos.
Algo parecido está ocurriendo hoy. La reflexión nos ha puesto a tocar fondo. Estamos reducidos a la más mínima expresión de la naturaleza humana, como es la muerte. Todos estamos en riesgo y somos vulnerables y hasta consideramos que no hemos cumplido nuestra misión en la tierra. La candela del seol está cerca. Vienen cayendo miles y miles de muertos a diestra y siniestra. Ya en muchos comienza a ejercitarse el Jesucristo que llevamos dentro.
Desde esta perspectiva optimista, yo que soy un romántico y soñador, pienso que en el nuevo orden todo va a cambiar. Volveremos a vivir como hermanos, en sana paz y sana convivencia, con sueños colectivos. Apartados de la codicia y lejos de seguir creyendo que el dinero es nuestro Dios. Respetando la naturaleza para que la tierra respire, sin devastar lo existente. Se anuncia y se vaticina un nuevo orden mundial. Insisto, es mejor prepararse para algo que tal vez nunca ocurra, antes de que ocurra algo, para lo cual nunca nos hemos preparado.
La pandemia nos tomó por sorpresa, vamos a prepararnos para que el nuevo orden social y económico nos encuentre preparados.