Indudablemente que desde que uno nace, los padres modelan para sus hijos, y esto, sirve de influencia para los ciudadanos del mañana de manera positiva o negativa. Aunque los hijos vienen predestinados genéticamente y eso los padres no pueden cambiarlo, si pueden impactar su desarrollo emocional para que se enfrenten al entorno y a la sociedad.
Desde la primera infancia, la infancia, la niñez y la adolescencia, los niños ven por los ojos de sus padres y estos se van convirtiendo en el espejo en el cual quieren verse en el mañana cuando sean adultos. Eso no los ha enseñado la ley de la vida, hijos fuimos y hoy padres somos. Como padres influimos en los valores, las creencias y las normas o conflictos que nuestros hijos tengan en su vida. Porque desde antes de nacer ya nuestros padres tenían planes y sueños con sus hijos y nosotros con los nuestros.
Escrito está, los padres sabios edifican su familia y su casa, en cambio, los rencillosos encienden contiendas. Si los hijos ven permanentemente desde niño a su padre frente al trabajo, o en el computador escribiendo o leyendo un libro y por las mañanas lo ayuda a cepillarse los dientes, lo lleva de la mano a tomar el transporte al colegio y por la noche lo acompaña hasta la cama y juntos leen cuentos e historias infantiles, seguramente crecerá más seguro y tendrá curiosidad por el estudio y el trabajo. Pero si en cambio, el niño se levanta en el lenguaje de los gritos, los pleitos y las rencillas de los padres, tirándose las cosas en un ambiente hostil y de groserías, crecerá en ese ambiente de agresividad para sortear la vida. En un principio las figuras más importantes para nuestros hijos somos sus padres, y de allí parte la construcción de su imagen y su personalidad y esto influirá en su posterior relación con los demás.
Estos paralelos son el desequilibrio de la sociedad de hoy, una sociedad antivalores, donde la mayoría de los muchachos se crían como los pájaros, dándoles el agua y el alpiste. Luego vienen los ayayay de los padres, ay Dios mío qué fue lo que hice con mi hijo. Porque en vez de apostarle a una sociedad superior, con hijos llenos de principios y valores y ejemplos para la sociedad como sus padres, hijos de hogares ejemplares se están desviando y defraudando a sus padres. Se ha venido perdiendo el régimen de los padres, en ese sistema familiar donde los padres eran la cabeza del hogar y los hijos eran sometidos a su voluntad y le obedecían y le copiaban para continuar con su legado.
En ese régimen donde se le rendía culto al respeto, a la obediencia, a la familia y a la libertad, pero con orden. Ese régimen donde la figura paterna reprendía e impartía instrucciones sólo con la mirada, y también era nuestro acudiente ante el colegio y la sociedad. Pero hoy se observa a muchos padres con el rostro fruncido y las manos entre los cabellos sollozando profundamente por la desilusión. Porque ayer no hicieron bien la tarea o descuidaron la crianza de sus hijos y los abandonaron a su propia suerte y luego se cumple el adagio, que cada quien recoge lo que siembra y quien cosecha vientos recoge tempestades.