Alguna vez le escuche decir en vida al famoso narrador deportivo Edgar Perea (q.e.p.d) que la muerte era como un castigo después de haber luchado tanto para triunfar en la vida, y creo que razón no le faltaba porque después de luchar durante toda una vida para realizarnos como persona, social y económicamente en busca del bienestar que nos permita establecer una familia y ser felices gozando de lo bueno que nos brinda la vida, no parece justo que sea la muerte el premio que merecemos tras vencer la carrera de obstáculos que es la vida en sí misma.
Pero la vida es así y no podemos evitarlo, la muerte es una realidad de la vida y debemos reflexionar sobre ella como su destino, aunque como solía decir Pablo Escobar: “nadie quiere morirse pero si todos ir al cielo”.
La vida es un don que Dios nos dio y marca el comienzo de nuestra existencia. Yo la comparó con un libro en blanco cuando nacemos que vamos llenando hoja por hoja a medida que vamos viviendo los años, hasta llegar a la última página donde encontramos el punto final que le pone fin a nuestra historia en este mundo y que cierra el libro.
Entre el nacimiento y la muerte seremos el protagonista de nuestra propia historia de vida de todo lo que hagamos y cómo lo hagamos, y he aquí donde quiero reflexionar sobre cómo debemos vivir. Para los creyentes la mejor manera de hacerlo es cumpliendo los mandamientos de Dios, aquí está la clave para dejar huella de nuestro paso por este mundo, pues todo se reduce a servir, amar y perdonar.
Quien no vive para servir no sirve para vivir dijo la madre Teresa, fiel ejemplo de servicio y amor al prójimo. Servir y dar son de las cosas más gratificantes en la vida y se basan en el amor al prójimo y es una bendición poder servir y dar desde el lugar del que tiene y puede y no necesita pedir.
A lo largo de mi vida he honrado a Dios tratando de ser justo y de servir al prójimo haciendo el bien sin mirar a quien, pues no practico eso de que “al caído caerle”, conducta mezquina que no se compadece con el obrar de un buen hijo de Dios; al caído hay que extenderle la mano para que se levante y ayudarlo a salir adelante, eso es amor.
Otra forma de amor es el perdón para el que nos ofendió; el perdón sana, restaura y nos libra de la carga del rencor que carcome el alma y nubla la razón. Si el amor nos realiza como ser humano por servir y dar, el perdón – qué bello es – nos libera para vivir en paz consigo mismo y con los demás.
Sin embargo, en medio del egoísmo del hombre y su deseo de atesorar dinero y poder nos olvidamos de los mandatos de Dios que debemos honrar como son amaos los unos a los otros, servir y perdonar, porque nuestra ambición e individualismo nos lleva a matarnos unos con otros; somos egoístas, envidiosos, rencorosos y todo esto nos hunde en el lodo de nuestra miseria humana, y así alcancemos el éxito, la fortuna y el poder, pasaremos inadvertidos en esta vida si no dejamos la huella del amor fraterno que el hijo terrenal de Dios nos enseñó a compartir con nuestros hermanos, por eso debemos vivir con humildad amando y sirviendo al prójimo para honrar a Dios y merecer sus bendiciones.
Después de sobrevivir al covid me propongo realizar el propósito de Dios en mi vida haciendo todo el bien posible, y si llego a tener siquiera un poquito de poder que me permita ayudar a otros lo haré en su nombre, y le pido que nunca pierda mi capacidad de amar, de servir y de perdonar porque la vida es un don divino, hermosa y muy corta para hacer el mal, por eso mejor la aprovecho para hacer el bien y vivir feliz en el amor de Dios.