“Este diciembre que yo voy donde mamá encuentro en mi casa la comía tapa, me pregunta vida mía como te va, mi cosita linda vení pa acá”.
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Como te fue’ de la autoría de Aurelio Núñez incluida en el CD ‘Parao en la raya’ de ‘Poncho’ Zuleta con ‘El Cocha’ Molina, lanzado por la Sony Music en el año 2014, la cual vino a mi mente el 14 de mayo reciente pasado mientras me encontraba con unas amigas y nuestros hermanos wayuú en un compartir, en una ranchería grata al recuerdo.
Cuando sirvieron el almuerzo, por cierto bien generoso, en bellísimos platos de peltre, con sus flores tradicionales, un halo de nostalgia abrumó mi corazón, recordé la cocina de mi vieja, y muy especialmente mi plato hondo de peltre que me trajo La Negra Peralta de Caracas, nadie distinto del ‘Nene de la casa’ lo podía tocar, era sagrado, exclusivo e intocable, me acompañó mientras nuestra casa vieja de zinc estuvo en pie, después desapareció, seguramente quien lo botó entre escombros y cosas viejas, nunca imaginó el valor sentimental que tenía ese plato para mí.
No había casa en Monguí, donde no se encontrara una vajilla completa con platos, hondos, llanos, platicos, bandejas, pocillos y pocillitos de peltre, de aquellos que cuando se escarchaban lo que allí se echara era más sabroso, en ellos servían el café en las mañanitas para tomar con las arepuelas que con respetable esmero hacia Bertha Pinto, las cuales comíamos para aguantar hasta la hora del desayuno, eran usos y costumbres que desafortunadamente poco importan ya a las generaciones de las mini arepuelas light, las tostadas de ajo al vapor, la yuca integral, el café descafeinado y las arepas virtuales.
Mi vieja, que si Dios no me la hubiera quitado este mes cumpliría años de nacida, siempre fiel a sus convicciones mientras mecía sus penas, preocupaciones y alegrías en su mecedora nunca usaba los pocillos para esos menesteres, tomaba el café, que fue su único vicio, en un pote de coctel de frutas marca ‘Del Monte’, el cual quemaba en el fogón apropósito hasta que quedara negrito, para que a nadie le provocara usarlo, para evitar que le pegaran la gripa, solo a mi se me permitía usarlo por ser el veje, el rey de su madre y ella la reina mía.
Es una lástima que el paso del tiempo, la modernidad, los finos gustos y el afán de aparentar más de lo que se tiene, y/o de lo que se es, además por acomplejados, esos utensilios, esas costumbres raizales, y la humildad, hayan sido sustituidas por cosas que no valen la pena, no tienen gracia, ni sirven para un carajo, las estufitas de querosín, fueron reemplazadas por fogones empotrados en mesones de concreto o en láminas que le quitan gracia al arte de cocinar, los anafes se los tragó la tierra porque a la mayoría de la gente le da pereza y pena que los vean preparar alimentos al carbón, por eso ahora algunas comidas tradicionalmente agradables saben a icopor, el achote y los achoteros se fueron al carajo porque se imponen los colorantes en papeletas que nadie sabe cómo los preparan, ni qué químicos se usan en su fabricación para dar a la comida la falsa impresión achotada.
Son las precedentes razones suficientes para extrañar la sazón de mi madre, eso es irremplazable, insustituible, no se hereda, sus manos benditas, eran mágicas para complacer mi agrario paladar, eso es imposible de olvidar, cada vez que encuentro nuevos manjares sin comino y sin el vinagre criollo la añoro, la echo de menos, percibo su ausencia brutal, porque mientras más alto el abolengo, más fea es la comida, para estar a la moda; a mí me dirán anticuado, corroncho o mitio, pero nadie podrá decirme que para subir de estrato encarapitándome donde no me sienta cómodo, alguna vez he brindado a alguien las locuras que ahora están inventando, como dice ‘Poncho’, eso jamás.
La verdad que fue justificada la alegría de la concurrencia durante ese ágape, cuando gratamente sorprendidas por los platos y olletas y demás recipientes de peltre armaron su alboroto, porque definitivamente ese letrerito debajo que decía Made In China, tenía también su importancia para los comensales, es de grata recordación colectiva, está clarísimo, en materia culinaria, y para servir en la mesa, el plato importa, y “Mamá” es el mejor restaurante del mundo. ¡¡Se las dejo ahí!!