En el año 70 DC, el general Romano Tito para acabar de una vez con la revuelta de los Zelotes en Palestina, decide destruir a Jerusalén incluyendo a su Templo del cual solo quedó un pedazo de la muralla que lo protegía que hoy llaman ‘El muro de las lamentaciones’.
El 13 de agosto de 1961 se comenzó a construir un muro de 45 kilómetros en la ciudad de Berlín, que la dividió en dos, que más tarde fue conocido con el nombre del ‘Muro de la vergüenza’. Se dividía una ciudad, un país mediante un muro político-económico por su pensamiento entre capitalistas y comunistas; pero el día 9 de noviembre de 1989, masas de alemanes de ambos lados comenzaron a escalarlo y a derribarlo. Se creyó que con la caída de este muro de Berlín se caía unos de los tiempos más oprobiosos de la vida humana, no solo por la edificación, sino por la no convivencia de dos pensamientos, dos ideologías; una clara evidencia de como se violentaba un derecho fundamental del hombre de pensar diferente que había sido reconocido con la Declaración de los Derechos del Hombre en la famosa Revolución Francesa.
Hoy en los Estados Unidos, su gobierno se encuentra paralizado por la no aprobación de un muro que dividiría la América Anglosajona con la América Latina. Aquí en nuestro país en la frontera colombo-venezolana se ha comenzado a construir un nuevo muro del silencio, empezando con el rompimiento de relaciones entre los dos países, con el desconocimiento de sus autoridades, más tarde vendrán quien sabe que cosas más afectando socialmente y económicamente a los que convivimos en la frontera, en vez de buscar el entendimiento, hacer parte de las soluciones, de las oportunidades. Se convierten en parte de los problemas, sin responsabilizarse de las consecuencias de sus decisiones; nosotros lo dijimos ante de las elecciones presidenciales, aquí en nuestra columna. Es hora que nos interesemos por las decisiones que se toman y afectan nuestras vidas; estamos callados, con nuestro silencio estamos construyendo un muro en la frontera, estamos dejando que otros tomen decisiones que afectan nuestras vidas por nosotros.
La Guajira lo que necesita es tener vida institucional, económica y social; comenzar a construir su sistema productivo institucional transfronterizo, de lo que siempre ha vivido con una especialidad económica, que es aquel mercado natural que existió antes que llegarán los españoles, que siguió existiendo cuando estaban ellos y que ha perdurado después de la independencia por su ubicación geoestratégica transfronteriza, que hoy el Gobierno nacional estigma de ilegal, que la mayoría de nosotros desarrollamos en sentido informal y que con nuestro silencio le negamos el derecho a la defensa y al debate público de su legitimidad y legalidad.
Es nuestro deber y obligación de institucionalizarlo bajo un marco normativo de una ley de la República y sus Decretos reglamentarios y no solamente con una resolución de la Dian en forma temporal. Es un mercado natural que se extiende en 403 kilómetros de frontera marítima con las Naciones Antillanas en el mar Caribe y de 249 kilómetros de frontera continental con Venezuela, que tiene de vecino a uno de los puertos y zonas más ricas de América Latina, como es la ciudad de Maracaibo; tiene muchas ventajas comparativas a nivel continental, pero institucionalmente no prospera.
Es un mercado natural con más de ocho puertos naturales e históricos: Puerto Portete, Puerto Nuevo, Puerto Estrella, Poportin, Auyama, Carrizal, Puerto López, Castillete, Cabo de la Vela; necesitamos que tenga seguridad y soberanía jurídica mediante una figura que está establecida en la Ley General de la Frontera: La Zona de Integración Fronteriza –ZIF– esa es nuestra lucha y nuestro futuro si comenzamos a construir visión; es nuestro vehículo normativo institucional, legítimo y legal para navegar en este mar de tormentas de noches oscuras en la frontera.
La Guajira es la cabeza morfológica no solo de Colombia, sino también de Suramérica; si La Guajira es su cabeza, nosotros debemos ser su mente. Las fronteras son puentes, uniones, puertas que se abren, que unen países, no los dividen ni los separan humanamente. La Guajira tiene problemas históricos que todavía no tienen solución: servicios públicos deficientes, baja calidad de la educación y la salud, donde los niños mueren por hambre o por falta de atención médica y ahora se le añaden unos problemas nuevos y si seguimos así vendrán otros peores y nosotros qué estamos haciendo a nivel institucional.
Es hora que comencemos a ponernos de acuerdo en unos mínimos o que comencemos a construir nuestra plataforma de unidad para que levantemos nuestra voz, porque hasta hora es un muro que se está construyendo con nuestro silencio; tenemos que hacerle entender a Bogotá y Caracas que nosotros también pensamos, sentimos y somos actores activos en la frontera, que también tenemos intereses; nosotros decidimos si queremos hacer parte del país con voz y no solo con votos o seguimos siendo hojas que llevan los vientos en nuestra caótica, desestabilizadas vidas en la frontera.