En esos mágicos lugares, eternamente bañados de sol, la ropa extendida en las guindas de los patios se secan en un santiamén, con la combinación perfecta de los rayos solares y las brisas marinas.
Una abuela, en su intento por sentirse útil, se dispuso a recogerla, para anticiparse a la lluvia que no demoraba en llegar, pues, aún cuando había un sol inclemente, era 24 de octubre y en el día de San Rafael la lluvia es una cosa inmancable, así sea una lloviznita, pero de que cae, cae.
La vieja recogía sus pantaletas todas iguales, blancas, de algodón, que oportunamente compraba en el baratillo de los remates de Ana Matilde porque las que vendían en los “agáchate” del mercado viejo, se les vaciaba el cauchito en un momentico y le daban una piquiña y hasta un salpullido que ni con Yodora o leche de magnesia lograba sanar.
Así mismo recogía las sábanas con olor a almidón y se detuvo frente a un trapito diminuto, de forma triangular, que por más que giraba y volteaba, no lograba descifrar lo que era.
Exhibió la extraña prenda ante su hija, exigiéndole una explicación: ¿qué carajo es esto?
La hija soltó la risa, divertida, mientras le decía que se trataba de una tanguita “hilo dental” de la nieta.
La abuela seguía sin entender, intentando comprender como su nieta se cubriría las nalgas, sin siquiera imaginar que ahí estaba la gracia: las nalgas no iban cubiertas y quedaban todas en el aire, a los 4 vientos.
Se rindió y para ahorrar el consumo de las pocas neuronas que aún le quedaban, siguió recogiendo la ropa sin pensar más en el trapito…
Justo antes de entrar a la casa con el bulto en las manos, advirtió las primeras gotas de lluvia del día de San Rafael e imaginó a El Pájaro en fiesta, la concurrida procesión y las parrandas del día.
Cuando la nieta salió del baño, se cambió para salir a reunirse con sus amigos. Se puso un vestido de verano, de algodón, un poco transparente y le pasó por el frente a la vieja, quien agachó ligeramente la cabeza y se bajó las gafas para observarla mejor, con ese gesto típico de las averiguadoras de la vida ajena.
Como la claridad evidenciaba la silueta de la joven debajo de la ropa, finalmente entendió cómo el trapito que había recogido poco antes, se ajustaba al cuerpo esbelto de la muchacha, en sus partes íntimas y recordó el taparrabo o guayuco de los indios guajiros.
Horrorizada entró al aposento en busca de “algo” que pudiese poner a salvo el pudor de su adorada nieta.
Regresó con un trapo en la mano y le dijo:
“Ve, muchacha del demonio cúbrete un poco que se te ven hasta las amígdalas”.
La chica tomó el trapo no para hacerle caso a la abuela y cubrirse, más bien curiosa por saber qué era. ¿Una funda para almohada? ¿Un pañal? ¿Un turbante? … entonces hizo la misma pregunta que minutos antes había hecho la vieja a su mamá: abuela ¿qué carajo es esto?
Eso es para que pongas a salvo tu decencia y no parezca una mujer de la vida alegre, para que te respeten y rescates tu pudor del lugar de donde lo tienes refundido: eso es un medio fondo.