Ese folletico ilustrativo que te indica paso a paso cómo usar un aparato y para qué sirve cada perendengue, cómo se prende, cómo se apaga, con turbo o sin turbo, eso que nos ha salvado la patria a cada rato frente al complejo mundo de la electrónica, es un manual de instrucciones.
Pues bien, han habido dos momentos en mi vida en que hubiese agradecido uno de esos papelitos para no sentirme en el mismísimo limbo: El primero fue cuando, después de parir, llegué a casa con mi bebé y ya no estaban las veteranas enfermeras que se ocupaban de todo, de él y de mí. Pero apareció mi mamá y ella fue lo más parecido a un folleto ilustrativo: Me indicó y ayudó con su experiencia, como es que es el tejemaneje con un muchachito de 3 kilos y 50 centímetros y a esa autoritaria mujer, yo solo tenía que obedecer, confiando ciegamente en la grandeza de su amor.
Mi entrenamiento duró dos meses y cuando ella se fue, me bastaba cerrar los ojos y recordar sus consejos y todo fluía como por arte de magia. Ya el aparatico tiene 17 años y bueno, ahí vamos, consintiendo y cocoteando.
El segundo momento fue cuando ante mis ojos reconocí a una mujer indefensa, frágil y en fin de vida a quien debía acudir… y otra vez era mi mamá, pero aquí nadie me indicaba que hacer y, por intuición, eché mano de mis enormes ganas de hacerlo bien y del amor que nos unía.
La diferencia con un bebé es que el recién nacido no sabe ni por donde va la tabla y tú lo mueves y remueves a tu antojo, lo mucho que puede pasar es que llore y bueno, ya encontrarás la forma de calmarlo. A tu madre anciana no puedes robarle la dignidad y para ello debes aprender a cuidarla con mucha sutileza, en una lucha contra el tiempo que se te escapa, como agua entre las manos, haciendo malabares y hasta con engañifas, para que crea que ella sola puede y cuando no pueda, esconderlo entre bromas y chistes; como cuando la ayudas a levantarse para ir al baño y finges bailar con ella un bolero y se lo tarareas… “si nos dejan, nos vamos a querer toda la vida”…
Si te repite mil veces la misma historia, tú escúchala mil veces, con interés y si hay que reírse, pues te ríes y si hay que enderezarle el camino porque se perdió en el cuento, pues hágale, despacito, suave y suavecito, porque su dignidad va cuidada hasta el último hálito de su existencia.
No olvides que el mejor bálsamo para sus achaques, son tus caricias hechas con amor, que nada le causa más alegría que verte a ti recordando por ella y trayendo a colación esos momentos bonitos de cuando estaba en sus papeles y cuidó de su familia.
Ayúdala a sentir que valió la pena y que, a pesar de sus errores o desaciertos, hay mucho que agradecerle, trátala cómo quisieras que te trataran a ti y si el amor que le debes, no te basta, entonces recuerda que tu hora también llegará.
Esto no pretende ser un manual, es solo un buen consejo y gratis, que si lo aplicas, te aseguro que cuando te toque despedirla, te llenará de paz.
Feliz Día de las Madres y esta vez mis buenos deseos no son para las madres, son justo para esos hijos que cuidan de su madre, que no se les olvide jamás que “con la vara que midas, serás medido”.