Vayamos poniéndoles los puntos a las íes: aquí no nos estamos metiendo con el árbol que pare el fruto con que se hacen los deliciosos bocadillos. Me estoy refiriendo es a ese malestar tan verraco que nos recuerda todos los excesos que cometimos el día anterior, cuando nos las tiramos de chachitos y le zampamos al cuerpo todos los alcoholes que se nos cruzaron por el camino.
Pues llegó la hora de rendir cuentas y ese exceso nos pasa la factura, más rápido que inmediatamente y en forma de un gran ‘guayabo’, que no es el de la Ye, que se baila sabroso, paseadito por todo el salón y con una sonrisa de satisfacción; este, del que hablo yo, te deja más bien insatisfecho.
El ‘guayabo’ se manifiesta después de haber dormido la ‘pea’, apenas abres el ojo y detectas la luz, ella no es para nada su amiga. Entonces te das cuentas que lo que necesitas es silencio, oscuridad y agua, mucha agua para la deshidratación.
Pero no es muy difícil encontrar comprensión a tus excesos; el ‘guayabo’ rara vez viene con cómplice y allí, afuera de tu cuarto, está la fiera de tu mujer o tu mamá, embolatadas por el estado en que llegaste y te prenden de propio la luz y le alzan el volumen a todo lo que haga ruido y tú ni fuerzas tienes para contradecirlas.
Dios bendiga a esas personas comprensivas que saben lidiar un ‘guayabo’ con todas las de la ley: te prenden el abanico si te ven sudando ‘la gota gorda’, te apagan la luz y te ponen una jarra de limonada, allí no más, al ladito de la cama… De ellas será el reino de los cielos. Eso sin contar de la olla hirviendo donde te preparan una sopita levanta muerto, full de magui y cilantro.
No hay órgano que no sucumba a los malestares de un ‘guayabo’: se te descompone el estómago, vomitas hasta la bilis, sudas frío, la cabeza te da vueltas y la lengua reseca, pide humedad… «Ay mi madre, ¿a mí quién me mandó?», exclamas arrepentido, pero ya pa’ qué, ya lo que fue, fue y allí circulando por todas tus venas está el alcohol bien campante, arrasando neuronas y produciendo malestares.
Y es que cuando uno está en el ‘bembé’, en lo último que piensa es en el ‘guayabo’ y hasta cometes el disparate de revolver licor.
Hay quienes inician sus parrandas muy elegantes, con Buchanans 18 y los ve uno amanecidos, terminando con chirrinchi.
¿Y dónde me dejas a los sofisticados? Esos que empiezan con vinos importados y luego, en la madrugada, se pegan al pico de la botella de cualquier ‘prende avión’, a esos sí que les va es peor, porque entre más revuelvas trago, más fuerte es el ‘guayabo’.
¿Y las ‘peas borra casete’? ¡Carajo! Ahora sí se jodió pindanga y el ‘guayabo’ llega con el miedo de saber lo que hiciste y el remordimiento por lo ya hecho. De tal manera que tus amigos mamagallístas te exageran y te inventan cualquier cantidad de disparates y cuando no encuentras ni el reloj o la cadena de oro y te tropiezas en los bolsillos del pantalón con un recibo de una casa de empeño, comienzas a atar cabos y recordar fragmentos de una noche loca, y es este el momento culmine, cuando babeando, con la barriga revolucionada y la cabeza a punto de estallar, levantas tus manos al cielo implorando misericordia y lanzas la promesa ya incumplida de un «te juro Dios mío que no bebo más»… ¡Ambúa!