Los festivales son una parte fundamental de las dinámicas culturales en La Guajira, especialmente los de música vallenata, esos que saben a provincia, a lírica, amor y bohemia.
Festivales en los cuales se pueden observar todas las manifestaciones autóctonas, el regreso de quienes no viven en el pueblo, los reencuentros familiares, las integraciones de amigos y claro, lamentablemente, en muchos casos las violencias que insisten en no dejarse poner falla en ningún escenario, pero hay que hablar de lo bello y de lo por mejorar, porque finalmente los festivales son un laboratorio social en el cual confluyen las cosas buenas y las fisuras que tenemos y padecemos en nuestros territorios.
Por ello, esta columna la hago para exaltar un festival que es de la tierra de mis ancestros y de mi linaje, tanto paterno como materno. Reconozco que es un tesoro cultural de nuestra Guajira, donde desfilan los mejores talentos, acordeoneros y acordeoneras, cantantes, compositores, artistas en general, que hacen de nuestra música vallenata un verdadero patrimonio de la humanidad.
En ese sentido, un festival de la talla de este debe ser visionado como un escenario generador de tejido social, liderado y/o gerenciado desde perspectivas incluyentes e interseccionales, con personas diversas, discapacitadas, de diferentes culturas o procedencias, condición socioeconómica, edades, mujeres y niñas participando no como simple cuota de cumplimiento, sino por cultura de inclusión genuina.
Es que un festival no es un evento minúsculo en las dinámicas sociales de nuestra región, sino que representa grandes oportunidades de fortalecimiento del tejido social, aporte a la autoestima regional, prevención de las violencias, inclusión de todos y todas sin ningún punto de discriminación, porque no se agota en ser un espacio de jolgorio, bebetas y ya, sino que es una plataforma integral que los y las gestoras culturales deben potenciar hacia el bienestar de todo el territorio, lo cual sí que se necesita para que nuestros pueblos no queden como fotografías nostálgicas, las cuales, solo vemos remembrando lo grande que fueron, sino que le brindemos dinamismo para que puedan reinventarse.
El festival no solo es la cuna de acordeones, sino que debe ser la cuna de emprendimientos culturales, la activación del turismo local, la fuerza unida de manifestaciones únicas que no se conseguirán en otras partes, los niños y niñas interpretando diferentes instrumentos musicales, cantando, adultos estremeciendo con sus composiciones, las Corrales con sus dulces, los y las jóvenes proyectando sus negocios, maestros como Rosendo Romero cantando desde su romanticismo innato un buen paseo o una romanza, en definitiva, no deben ser 3 o 4 días de fiestas y ya, sino un aprovechamiento de la riqueza histórica, artística, cultural y social, que no existan distracciones en intereses particulares, sino concentración en los beneficios colectivos, es que un festival como el Cuna de Acordeones es todo un suceso geopolítico de impactos trascendentales y así debemos vivirlo.
Por ello, cada vez tiene que ser la cuna de la equidad e igualdad, con más niñas y mujeres desplegando sus dones, más oportunidades para los nuevos talentos y una integración de acciones que generen un retorno de beneficios para el municipio que se engalana con su Cerro Pintao en el corazón palpitante del sur de La Guajira.
¡Viva Villanueva!
Villanueva ¿Cómo no amarte? Si en tu suelo nació mi historia en representación de mis ancestros y especialmente de la legendaria Rita Contreras, sería hermoso que existieran plataformas que hicieran posible aportarle más a ese bello municipio de ceiba, arte, sierra, historias y mil razones para amarlo.