Era allí, debajo del emblemático palo de corazón fino que aun se yergue en el antiguo mercado público de San Juan del Cesar, donde mi madre, conocida popularmente como ‘La Cuío’, recibía el derramamiento de las auroras.
Junto a su anafe con brasas calientes, hervía en una cafetera de peltre dos papeletas de café Mary que luego repartía en un círculo de curiosos, entre los cuales recuerdo a Federico Fragoso, Rodrigo Arenas, José Miranda, César ‘El Cachaco’, Jaime Villa, ‘Pitacoco’, ‘Milangue’, y muchos otros, que le servían de contertulio desde las cuatro de la mañana.
Era yo apenas un niño, cuando observaba a esta heroína sanjuanera desfilar con una tártara de ventas en la cabeza y un cucharón de acero en la derecha, cual cetro de una reina coronada, rumbo al palo de corazón a instalar su puesto de ventas de fritos y arepa de huevos con chocolate corona.
Por más de tres décadas, entre gritos y madrugones, recibía al molendero, con un espíritu entusiasta que contagiaba a sus vecinos y a propios y extraños. Muchos se acercaban al rancho de ‘La CuÍo’ a ayudarle a moler el maíz en su brillante molino Corona, recogiendo la masa en una batea de madera que le fabricaba ‘Opo’, su hermano, uno de los tantos hijos de ‘La Negra’ Ana, su madre.
Desde las seis de la mañana se iniciaba la gran faena de la oferta y la demanda de muchos sanjuaneros que se arrimaban a degustar el suculento desayuno con fritos y arepas de huevo que se fabricaban debajo del legendario palo de corazón fino.
Recuerdo los buses de Cootracegua, Copetrán y Brasilia, con sus ventanillas abiertas, cuando la ruta de pasajeros era a lo largo de la carrera sexta y cruzaban en la virgencita rumbo a Fonseca, Maicao o Riohacha, repartiendo y recogiendo pasajeros y estos sacando y metiendo manos para recibir los suculentos fritos calientes para desayunar.
Igualmente, los pasajeros que iban a Fonseca con José Miranda, Ney Brito, ‘Pitacoco’ o Rolando, y los ayudantes colgados del techo del vagón y apoyados en la defensa trasera de la F-100, voceando y con habladores en la mano, indicando la ruta de pasajeros y vehículos. Tiempos aquellos, en que los estudiantes del Colegio de La Monjas y el Carmelo, también hacían su estación para desayunar con arepas de huevo y chocolate antes de entrar a la extenuante jornada de clases.
Ahí debajo de ese árbol corpulento que daba amenidad y sombrío, donde ‘Malala’ el de ‘Pijico’ degustó varios Marlboro, secando el sudor de su frente que le producía llevar todos los chécheres y cachivaches de ‘La Cuío’ hasta el mercado de San Juan para venderle a su selecta clientela en una carretilla de madera. Ese palo de corazón fue fiel testigo de la fidelidad de la clientela sanjuanera que se plantaba frente a un caldero con aceite caliente a ver fritar los chicharrones de cerdo y las arepas sencillas con anís en grano o de huevo.
Como el Kiosquito, la esquina caliente, la Barra 2001, La Virgencita y La Olímpica o Los Ara de hoy en día, así se convirtió en un ícono de San Juan el palo de corazón fino, donde vendía ‘La Cuío’. En una mesa con mantel cuadriculado de tela de la más humilde procedencia del mercado, rodeada de bancas y butacas de madera, se improvisaba el más concurrido comedor del mercado público, adonde llegaban todos los estratos sociales, a comprobar la popularidad de las arepas de huevos, que hicieron famosa a ‘La Cuio’, en San Juan. Una pelota de masa de maíz se aplastaba de manera plana y horizontalmente sobre un plástico de la mesa de madera en forma redonda y muy delgada y luego se echaba a freír.
Después de menearla y menearla en una porción de aceite caliente en un caldero, se sacaban y se escurrían el aceite en una sartén de aluminio. Luego, con el dedo índice derecho, se le perforaba un pequeño orificio, por donde se le vaciaba un huevo batido con un tenedor en un pocillo de losa. Que deliciosa y suculenta arepa de huevo resultaba de allí, la cual acompañada de un pocillo de chocolate o un chicharrón de cerdo, daban cuenta del mejor desayuno de la región.
Hoy, solo ese recuerdo del ayer perdura, como el palo de corazón fino erguido en el mercado público de San Juan.