En el mundo globalizado de hoy es cada día más preocupante el divorcio entre el poder y política. La política en el presente no habla el mismo lenguaje que las masas y mucho menos, le presta poca atención a los problemas que padece la gente. Poder es la capacidad de hacer cosas, política es la capacidad de decidir qué cosas hacer, de elegir, según el prestigioso sociólogo polaco Zygmunt Bauman.
Los diferentes gobiernos desde el central al periférico o de provincia mantienen políticas, programas, pero no el poder para aplicarlos. Antes, esos gobiernos tenían el poder y hacían política. Lo que ya no existe, el poder ahora es global, pero la política continúa siendo local. La política hoy no tiene poder y el poder no tiene control político. Por ello es que las clases medias que eran el motor de la democracia, ya no existen por la misma brecha entre el poder y la política – de ahí que en la política hay que gastar inmensas sumas de dinero para mantener el poder; el elector primario ya no le tiene confianza ni a la política y mucho menos a los políticos – se constituye en un peligro para la democracia.
Ante esta encrucijada lo ideal sería que existiera un poder global para clarificar los conflictos que ocurren en los diferentes países, que es lo justo para acabar con poderes injustos. Es decir que exista un parlamento global, una Corte Suprema Global y de igual manera un poder global en lo administrativo. Ejemplo de esta desigualdad jurídica y de atropello a los derechos humanos está el caso del régimen del dictador Maduro en Venezuela y el otro lo que está sucediendo con la alcaldesa mayor de Bogotá, Claudia López o con el alcalde de Medellín Daniel Quintero. El divorcio entre política y poder es cada día más grande.
De ese divorcio se deriva la desigualdad aberrante y alarmante entre ricos y pobres. Los ricos suman el 1% de la población y disfrutan del 80% del poder, frente al 85% de los pobres – ya que la clase media que además de ser el motor de la democracia, se constituía en el motor de la economía, está en vía de extinción – originados por la pobreza extrema, las NBI (necesidades básicas insatisfechas) con altos índices por ejemplo en Colombia y específicamente en La Guajira están por encima del 61% frente a la media nacional que es del 29%, la iniquidad, la falta de una política social incluyente, ese es el mayor problema que acusa nuestro país y específicamente para nuestro universo: La Guajira. Esta desigualdad no está dada en el conflicto con la Farc o su partido político, o el ELN, sino entre la política y el poder, entre el hacer las cosas y el decidir qué cosas hacer, la diferencia es abismal. ¿En qué creemos? ¿En Freedman o en Porter? Para llegar a Porter hay que pasar por Freedman. Para ello hay que crear Estado, es decir llevar a la institucionalidad a todos los rincones de Colombia.
En La Guajira esa institucionalidad no ha existido desde centurias, de ahí que a nosotros nos considere en otro país dentro del mismo país y por eso hoy el centralismo anda en la caza de conquistarnos. Además hay que crear mercados que debe ser el papel de las empresas nacionales y transnacionales, bajo unos parámetros de hacer inversiones en las comunidades para disminuir la brecha de esa desigualdad aberrante. Utilizar la escala en los planes de desarrollo desde el nacional al local y tener la capacidad de repensar en la conducta y valores e incorporar esas conductas y esos valores a nuestro ADN social. Y ahí sí, volver a reconciliar la política y el poder para encauzar el desarrollo global al desarrollo local. ¿Lo lograremos, donde el consumismo marca la ruta de la desigualdad? Mucho trecho existe por recorrer.