El campo es fuente de agua y alimento que debemos aprovechar como una obra de Dios para nuestra subsistencia, conservando la naturaleza y el medio ambiente. La agricultura, después de la educación y salud, debe ser la prioridad para los mandatarios, si queremos mejorar, producir y garantizar bienestar comunitario y social. Los presupuestos destinados a la agricultura son inferiores a los que se asignan al Ministerio de Defensa, sin valorar beneficios y utilidad. Tener el campo desatendido y abandonado, es inconcebible e irracional. Peor aún, dejarlo a la deriva, resultando absurdo por la importancia de favorecimientos que de ella surgen, para la vida: humana, animal y vegetal.
La producción agrícola debe comprometer no solo a los agricultores que asumen los riesgos comunes tanto en la producción como en la comercialización, cambios climáticos, sobre saturación de ofertas en el mercado, especulación y falta de transporte, sino también a los gobiernos territoriales, para consolidar efectividad. Es insólito que muchas frutas y verduras se pierden en el campo con tantas personas padeciendo de hambre en las urbes, por causa de movilización y costos de transportes, echando por tierra el ánimo de los pobres campesinos que sufren el marginamiento, desolación e inseguridad, sin apoyo de los gobernantes, que deben velar por los surgimientos de predios agrícolas, totalmente descuidados, desnutrido y erosionados. Es muy difícil competir en el ámbito internacional, sin disponer de tecnificaciones agrícolas, mejorando el uso del suelo, transformándolos y mejorando la calidad productiva, para utilidad y beneficio colectivo. La exigencia en competencias de mercados nos descalifican por falta de información, orientación y desconexión en el asunto, relacionadas con formalidades de trámites y calidad de los productos agrícolas, para la exportación que pueden superarse con asesores que apoyen a los campesinos, en lo relativos a las cosechas y los negocios internacionales.
El Gobierno nacional debe constituir un ente articulado que regule y controle de manera planificada, producción, comercialización y consumos internos de cultivos y cosechas, subsidiando pólizas de seguro en riesgos, créditos moderados y bajos precios en: semilla, insumos y herbicidas; brindándole asesoría y asistencia técnica.
De igual forma, debe promover cultivos de determinados productos agrarios por registro de demandas internas y externas. Llevar estadística de consumo, local y nacional, discriminadas de manera territorial, para deducir qué sobra y qué falta en las municipalidades, implementando programas de participación y convocatorias indiscriminadas, con pequeños y medianos campesinos, avalados por comercializadores mayoristas que garanticen efectividad en las compras de cosechas, estableciendo precios y valor de referencias. Los Tratados de Libre Comercio no resultan afortunados para nuestros campesinos. Se suscriben sin fundamentos de beneficios y sin medir, consecuencias en daños, relacionado con la competencia desigual de mercado, que termina hundiendo a los criollos colombiano que labran la tierra, sin recibir, ninguna compensación de perjuicio, en su propia terruños, por cuanto nos invaden los mercados con productos extranjeros subsidiados por los estados de origen, empeorando la crítica situación que padecen los campesinos.
Muy difícil de Colombia, por ejemplo, competir con los Estados Unidos, la Unión Europea o China, que apoyan la agricultura, ciento por ciento, facilitando los medios de producción, recuperables en gravámenes, de consumos y renta. La agricultura es la cenicienta en Planes de Desarrollos Nacional, departamental, distrital y municipal. Desatendida, desestimada y atrofiada por la indiferencia de gobernantes, que poco o nada, les interesa el bienestar del campo, en la importancia de cultivar alimentos.