Y es que cuando hablamos de los niveles de alegría, la línea máxima se alcanza cuando la parangonamos a “un cachaco en playa”, pues por encima de esto, la pared, es decir, nada.
Los cachetes colorao del ‘Cacha’ son directamente proporcional al jubileo que siente su alma, apenas sus pies tocan la arena y sus ojos divisan la inmensidad de nuestro mar y he aquí donde inicia la ‘mamadera de gallo’ de los locales al forastero.
Aquí jugamos desde chiquitos con la pata pelá, acostumbrados al calor y sin tanto perendengue de protección; el cuero se curtió y acostumbró en los recreos escolares donde se sudaba la gota gorda y la gota fría, sin tregua.
El cachaco no sabe del quemón de un pavimento ardiendo, él anda con Croydon y medias Punto Blanco, con cachucha, camisilla y camisa, porque no conoce la informalidad y a cualquier hora del día lo encuentras bien encajado.
Llega de la sabana y se aprende de memoria las letras de los vallenatos, pero a la hora de tirar pases se vuelve un ‘ocho’ y se le salen las babas viendo a cualquier nativo apercollar la pareja, y con sabrosura, pasearla por todo el salón o rayar baldosa, “echao pa’ lante”; así las cosas no le queda más remedio que conquistar con su labia, porque con baile no es.
‘El Cacha’ tiene el nivel de aguante bien alto, resiliente sí es, si señor, y con una mente abierta a probarlo todo, se bebe su trago de whisky caliente, así después le entre una tos incontrolable; acepta los platos de animal de monte sin preguntar qué es y se quita las medias Punto Blanco para aprender a chancletear, o en su defecto, tirar bola de trapo con la pata pelá, pagando las consecuencias con ampollas, ñoñas y vejigas de todo tipo.
¿Y los mosquitos? Ese es un cuento aparte, nuestros mosquitos son como nuestros amigos del combo, no pueden ver un ganado nuevo porque le caen en manada, así que crucificado perennemente está, no importa las veces que se eche repelente, a él y solo a él lo ajustan los mosquitos, así que además de colorao, vive picao y lleno de ronchas.
Pero el amor todo lo cura y la suscrita no puede dejar de evidenciar esa traga maluca que ‘El Cacha’, pelo chorreado, siente por su ñonga culona.
Así las cosas regresa a casa de vacaciones, a donde sus parientes que viven cerca al parque donde transcurre el romance vacacional hasta que “en un arrebato de su vida loca, le da un besito en la boca” y finalmente ‘El Cacha’ aprende a bailar, a comer tortuga y a amanecer enmaicenao en cualquier parqueadero y con la traga hasta los teques. Se casa con su ñonga, abre una tienda y le regala al pueblo no menos de cinco hijos con su engreída y altanera guajira, que le salió parendera y juiciosa, porque buenas sí son las mujeres de mi tierra.
Esta es mi gente, abre las puertas a tantos ‘cachas’ que echan raíces en cada esquina, con sus tiendas y su pujanza, los tratamos con respeto y rápido nos encariñamos con ellos, los invitamos a las parrandas y ahí, en una pea, nace un compadrazgo y mis ojos han visto a más de uno haciéndole cola a la Virgen para reclamar su vela, porque la Mello también a ‘los Cacha’ protege.