El asistencialismo es la forma de ayudar, colaborar y auxiliar, oportunamente a las personas, cuando padecen precarias necesidades en condición de desastres naturales, calamidades domésticas, salud, pobreza y miseria, bien sea por parte de gobiernos, organizaciones no gubernamentales, fundaciones y personas generosas que socorren con apoyos satisfactorios sobre circunstancias apremiantes y necesarias en soluciones humanitarias.
El asistencialismo debe ser excepcional, ocasional y transitorio para quienes tengan condiciones de incapacidad total, limitaciones y carezca del mínimo vital. Es mejor enseñar a pescar para la subsistencia, personal y familiar que habituar personas a dependencia, regalando constantemente medios de consumos, como ocurrió a manera de ejemplo, en Venezuela, cuando las bonanzas petroleras durante los gobiernos de Adecos y Copey, en décadas de los años 70 al 90, en que remitían títulos a las viviendas, para hacerlo efectivos con cédula y huella digital en entidades financieras. Además, entregaban bonos de subsidios para surtirse en mercados de alimentos y elementos de aseo. Regalaban los servicios públicos domiciliarios y estaban exentos de pago de impuesto. Cuando se terminó el chorro a los venezolanos, quedaron desamparados y en el limbo, buscando ayudas, incrementándose violencias y migraciones en procura de subsistencia, tocándole trabajar de diferentes formas en otros países.
El asistencialismo debe ser limitado, hasta de padres a hijos, para forjar desarrollo de actitudes particularizadas que se originan con sacrificios personales, para efecto de superaciones futuras. Sujetarse a dependencias permanentes es contraproducente tanto para el que da, como para quien recibe, por constituirlo en parásito, estancándolo, cuando debe ser útil, desempeñándose en algo y sirviendo, así ostenten riquezas, goces de comodidades, manjares, vanidades y disfrute de placeres. Se sirve no por necesidad de trabajo sino por deber social. Servir es una virtud humana que destaca por efectos positivos en quienes voluntariamente cumplen esa misión.
En Colombia, los gobiernos han implementado el asistencialismo como una política social permanente, similar a Venezuela, pero con muchos menos auxilios económicos que el vecino país, afianzando pobreza, engendrando mendicidades colectivas, frustrando desarrollo, prosperidad y generando delincuencia. La pobreza es una desgracia superable, cuando nos proponemos erradicarlas. Existen dos clases de pobrezas. Una cuando no se dispone de lo mínimo vital para sobrevivir dignamente y la otra es de espíritu, cuando se carece de razonamiento, información, capacidad intelectual y voluntad de servicio.
Con motivo de la reforma tributaria presentada por el gobierno de Iván Duque, ha generado una serie de cuestionamiento y reacciones de inconformistas indignados que rechazan el proyecto de ley, incluyendo congresistas de bancadas que vienen apoyando al gobierno, tales como Cambio Radical, algunos de La U y Partido Liberal, que sumados con congresistas de oposición hundirían la polémica reforma tributaria, que la apoya, además del partido de gobierno, (Centro Democrático), el Partido Conservador y partidos cristianos.
El gobierno fundamenta la reforma dizque para atender y solventar el sustento de cuatro millones de hogares, a los que transfieren $160.000, mensuales, denominado Familia en Acción.
La citada reforma grava la canasta familiar, servicios públicos, todo elemento de consumo y prestaciones de servicios, personales y contractuales.
El Gobierno en vez de proyectar la búsqueda del recurso para resolver el asistencialismo, que en el momento se necesita con urgencia, por limitaciones de trabajo y servicios remunerados, a causa de encerramiento por motivo de la pandemia, atormentando estratos sociales de clase media hacia abajo, pero contrariamente favoreciendo a grandes contribuyentes, que gozan de fabulosas exenciones, entre las que se destacan multinacionales, concesiones y entidades financieras.