Dos habitantes de los rincones más nobles y exquisitos del alma humana, la música y la amistad, seguían apretando más y más los exquisitos pernos espirituales. Aquella noche ya, los irresistibles parranderos, tejedores de hamacas, de sombreros vueltiaos, de abarcas y de sueños invulnerables al tiempo, se tomaron el comando de la parranda.
Intactos e impecables, sus inmemoriales genes zenúes de indios farotos, escondidos en la presencia invisible de sus gaitas, acompañados de la infaltable e infatigable raíz negra africana de tambores y maracas, siguen ahí, imperturbables, bordando filigranas y pasamanerías de chalupas, cantos de lumbalú, bullerengues, gaitas, fandangos, porros, cumbias. Y andaluzas décimas, también.
Y asimismo, esa gente de los Montes de María y su pechichón Cerro e’ Maco, cuya raigambre musical, cantoral y dancística vino de África Occidental junto con el ñame, tubérculo de alto valor nutritivo del género de la familia dioscórea, es al mismo tiempo, virtuosa del ventrílocuo, advenedizo y diatónico acordeón, convirtiéndose de esa manera en especialistas en la elaboración de suculentos merengues, puyas, paseos y sones.
Y ellos, los muy inteligentes comedores de ñame, como si fuera poco, hicieron la bella fusión de pitos de acordeón con pitos de gaitas y con pitos metálicos, y así, alrededor de las viejas fiestas ibéricas de ganados bravos, montados en toda esa rica base rítmica de percusión afrocaribe, dieron origen a su música sabanera y de toros.
Fue así que Toyo y Julio Manzur y una gran comitiva trajeron un pollo sabanero, un legítimo heredero carnal de los ya legendarios montemarianos Alfredo Gutiérrez, Lisandro Meza, Andrés Landero, Julio de la Osa y Enrique Díaz.
Cuando ese pelao humilde, de motos, chance y minutos de las calles de Sincelejo, como lo pinta Hamburguer, se cinchó su tres coronas y empezaron a manar a borbollones pero sin atropello, limpias, nítidas y rotundas seguidillas de pases y compases, también se hinchaba más la borbolla en nuestros corazones… Entonces, el borbotón de sentimientos de ese diatónico jubileo, ese febrero en Valledupar, hirviente y burbujeante, se salió sin contención por todos los poros de esa embrujada Casa en el Aire de Ricardo Gutiérrez Gutiérrez, el director de Música sin Frontera.
Fue cuando explotó el canto de Muegues en la voz de un cantor parrandero: “Voy a hacer una recorrida, por todito el interior; como llevo buena gira, yo me llevo mi acordeón…”
Era Cristian Álvarez, el Pollo Sabanero, peluqueado al rape como intrépido soldado de la música sabanera, que trajo Eustorgio Toyo Alcocer y sus amigos “ñameros”: Rafael Hernández, Toño Mendoza, Rafael y Jorge Moreno, Pinto, Flavio, Tico Ojeda, Juan Carlos Fernández, ¡nueve en total..!
Amigos de Música sin Frontera, desafortunadamente y por motivos y responsabilidades profesionales, y al decir de Muegues, no los puedo acompañar en esa “buena gira”, parrandera y gastronómica, pero la haré con el alma desde la fría y distante Bogotá.