Tuve que pausar la imagen de la bóveda de José Arcadio Buendía, por la impresión que me causó la escena audiovisual, la evidencia de que la muerte también derrota al realismo mágico. Melquiades el alquimista inauguró el camino. Partió ahogado por un río como
el Ranchería del que se dejó llevar.
Lo había dejado todo escrito: presente, pasado y futuro. La imagen sin epitafio resume 70 años de la epopeya de los Buendía. Sorprende la audacia de la producción de Netflix que encuadra parte del siglo XIX y nos ubica en el inicio del siglo XX, al final de
la guerra de los mil días.
Como si la civilización y la barbarie tuvieran un epígrafe de sangre. José Arcadio sucumbió a los fogonazos de la modernidad a los que no les halló explicación en latín, la lengua en la que encriptó su locura hasta la aparición del padre Nicanor, quien flaqueó en los argumentos de su fe cuando no pudo dar cuenta del daguerrotipo de Dios.
Prefiero la Úrsula madura, mejor caracterizada y menos menuda. Los Aurelianos y los Arcadios son personajes redondos hechos en la elipsis de sus tiempos terrenales a pesar de los fantásticos sueños y premoniciones. Pero las mujeres sostienen la casa grande de la narrativa, cambian los cursos de la historia, encuentran los caminos, evitan que el pueblo siga andando en círculos y sepultan a sus
muertos.
El estropicio de las mujeres se siente en la piel; en las caderas y el vientre de Pilar Ternera, en el erotismo terrífago de Rebeca, en la inocencia de Remedios Moscote, en la intriga de Amaranta y en el omnipresente Gobierno de Úrsula y su sombra Visitación.
Al comienzo pensaba que el desafío estaba en llevar a la imagen en movimiento los recursos complejos de la magia como las levitaciones, la lluvia de flores amarillas o la peste del insomnio y del olvido; pero el verdadero desafío es lograr que acciones y
actuaciones llenen de verosimilitud el diálogo permanente entre el mundo otro, el imaginario wayuú y la realidad de los otros
vivos.
Riohacha tiene una nombradía en la obra que seguramente va a tener un impacto en la imagen internacional de la ciudad, menos mal seguiremos encontrando un lugar aislado que sigue con la apariencia del bombardeo del pirata Francis Drake. Descubrirán los turistas el realismo intacto 470 años después.
Sin embargo, siento la necesidad de volver a la lectura para sobreponerme a que las claves y misterios de la obra tengan
tan fácil resolución. He visto ‘Pedro Páramo’ y los desafíos son distintos.En la obra de Rulfo existía la necesidad de concentrar la densidad de su magia y fantasía en la brevedad del relato, y lo resolvieron con ensoñación y con los recursos del arte en movimiento.
En ‘Cien años de soledad’, está expuesta la novela total. La diáspora bíblica que hay que contar completa, en la que es muy difícil escindir capítulos por que se corre el riesgo de desvertebrar el organismo, confiriendo sentido a un libro al que le faltan páginas.
Me faltó la juglaría de Francisco El Hombre como complemento de la cumbiamba y del redondel de la gallera, reconocimiento a la expresión de García Márquez sobre la sonoridad literaria de su obra como un vallenato contado en 400 páginas, del que van solo ocho episodios. Espero con vértigo, la siguiente temporada.