Por Rodrigo Daza Cárdenas
Este es un escrito que puede ser mejor comprendido por las personas que tuvimos la fortuna de disfrutar la época de oro del cine mexicano, y es mi intención que logre inquietar a las nuevas generaciones a conocer la fenomenología de esa época, la evolución de la música tradicional y popular mexicana, porque hago con el único criterio técnico que es mi percepción, una especie de cuadro comparativo de esos cantantes que son íconos de la música mexicana y los cantantes de la de nosotros, la tradicional vallenata.
Yo me atrevo hacer esta columna recreando las similitudes de ambos folclores, y de sus elementos constitutivos el que más nos interesa es la música, sin dejar de ser importante su tradición oral y su cultura material, que tienen símbolos, usos y costumbres similares a los nuestros.
La música mexicana como la nuestra tiene una simbología que les da mito, tradición e identidad. Aún cuando las manifestaciones y representaciones son diferentes, hay un hilo conductor que nos dice que transitamos caminos parecidos para conformar cada cual un género con identificación singular.
Su origen es tri-étnico como la nuestra, y son los mismos componentes: europeo, americano y africano.
Ellos también tienen un símbolo o referente y es una deidad denominada Xochipilli, o dios de la música y la danza. El nuestro es humano, ‘Francisco el Hombre’.
La música de ellos también nace en el campo: ellos imitando los sonidos de la naturaleza con sus instrumentos y acompañando con sus ritmos danzas guerreras y rituales, la de nosotros nace en el campo como elemento de trabajo en la vaquería y mensajería.
En cuanto a la evolución de su talento humano, es en la época de oro del cine mexicano cuando más brillan dado que los más grandes intérpretes del canto fueron connotados artistas que a través de las películas traspasaron su fama de cantantes a artistas.
Cuando este género musical de rancheras, bolero-ranchero y huapangos alcanza su máximo esplendor por vía del cine, y este, el cine, comienza por los años 70 a perder espacio en el mundo, quedan sus cantantes y sus legados. Y es por esa época cuando comienzan a brillar los intérpretes de la música vallenata tradicional. Estos se posicionan en el mismo género pero con diferentes estilos vocales y tonales.
Entonces, yo veo similitudes en las características de las voces precursoras del canto mexicano y las del canto vallenato, y afinidades en sus comportamientos.
No es un análisis técnico, ni de los armónicos, ni de la tesitura, ni de las tonalidades ni registros de las voces de los mexicanos ni la de nuestros cantantes.
Hago esta apreciación valorando características y estilos personales, sus tipos de voz y su figuración en la música tanto mexicana como vallenata. Y con mi sentir personal.
Considero el verdadero precursor nuestro a Alberto Fernández y su estilo señorial y vocal, en mi parecer, lo enmarco con Marco Antonio Muñiz.
Relaciono las características de las voces de Jorge Negrete y Pedro Infante con las de ‘Poncho’ Zuleta y Jorge Oñate; los mexicanos que 80 años después son referentes, y ‘Poncho’ y Jorge 50 años después son referentes como cantantes y como personas dentro de un medio complejo como el de ser artistas; su papel en el posicionamiento del canto y de los cantantes vallenatos fue determinante.
Veo semejanzas de vida a Antonio Aguilar y ‘Beto’ Zabaleta; sus voces y estilos personales tienen líneas únicas de afinidad.
Con un tono de voz inusual en el momento que impulsaban el vallenato las voces barítono, aparece un revolucionario, Rafael Orozco, una voz contratenor que impone un vallenato romántico, suave y de florituras en la entonación como lo hizo Javier Solís en su momento en la música mexicana.
Tuvo el canto mexicano una voz entre tenor y contratenor que supo explotar el color de su voz, la configuración de su laringe para imponer un tono “propio” y una figura vocal propia y fue Miguel Aceves Mejía; así irrumpe Iván Villazón, de tonalidad diferente, melodiosa y con un registro vocal que posiciona un color de voz con sello propio.
Creo que los más coincidentes por estilos de vida, de composiciones y canto acompañado de aceptación popular fue Diomedes Díaz con José Alfredo Jiménez: vidas y obras inmortales y muy equivalentes.
Y así como tuvieron un cantante especial por sus características vocales insuperables, llamado Pedro Vargas, Dios le dio a la música vallenata un dechado de las mayores cualidades vocales en Daniel Celedón; bell canto, canto popular y canto de cámara.
Sé que este es un atrevimiento folclórico pero no niego que me divertí construyendo este cuadro comparativo y faltan muchos más, espero que usted, amigo lector, haga el suyo. Yo tengo mis símiles para Silvio Brito y Armando Moscote.