El pasado domingo 13 de marzo se surtió una nueva contienda electoral en todo el territorio nacional, en la que se votó por los legisladores al Congreso de la República -Senado y Cámara de Representantes-, que esperamos y aspiramos haber escogido con tino, acierto y sindéresis, para ojalá no seguir siendo testigos de los miles de grotescos desatinos que en su seno cansados de ver estamos.
Es el Congreso muchas veces escenario de agravios, apología de la violencia, insultos, burlas y ofensas en todo sentido del más alto voltaje y de las más baja estofa, en los que resulta víctima cierta el pueblo, que ve cada día cómo son aplazadas de manera infame sus requeridas y necesitadas demandas.
La gravedad del problema radica en que nos hemos especializado en escoger mal y peor a nuestros, dizque voceros, que en nada y para nada nos representan en lo más mínimo y solo se preocupan por la defensa a ultranza de sus intereses y el de los suyos; lo que palpable es en cómo se han desarrollado las legislaturas en estos años, donde los avances en beneficio colectivo no son positivos y más bien desastrosos y negativos.
Los éxitos electorales están desgraciadamente cifrados de manera vulgar en lo económico, ninguno en propuestas serias ni reivindicativas, debiéndose en gran parte también a la habilidad de llegar sus aspirantes a componendas habilidosas y las más de las veces vilmente negociadas en detrimento colectivo; así como por el hecho con argucias, de conectar con la ira creciente del electorado al ver insatisfechas sus reclamaciones, siendo lo cual una estrategia muy bien urdida que hace saltar en pedazos por la fuerza de las patrañas, los sólidos aplomos en que debe sustentarse la política en su noble hacer.
Ese y no otro, es el nivel que nosotros como electores desgraciadamente escogemos sin que medie estudio, análisis ni reflexión alguna. Ponemos en el mismo saco nuestras esperanzas sinceras de ruptura con los privilegios del poder, lo que a la postre nada nos aporta y poco contribuye al sano debate político departamental ni nacional. En definitiva, solo nos llamamos a engaño por cuanto el objetivo de ser una mejor y más moderna sociedad se debate entre quimeras, insatisfacciones, frustraciones y utopías, que es lo que incluye en todo su espectro nuestra política, en lo que contribuyen a hacerlo más gravoso los poderes Ejecutivo, Judicial y los medios de comunicación, salvo pocas excepciones.
De muchos problemas y retorcidos métodos estamos colmados, no cabe duda, y para lograr sus propósitos dispuestos están ellos a utilizar todos los recursos posibles. Desde acusar sin bases para dejar a muchos fuera del juego político, hasta correr la especie de implicaciones inexistentes con el mismo o peores fines; y si bien muchas veces la relación de muchos de ellos es tormentosa con los medios de difusión, buena parte del éxito que alcanzan se debe a la sobreexposición que cada uno de sus desmanes encuentra en sus páginas y canales, sin que los tales representen ninguna fuerza política, sino solo movidos y motivados por el síndrome de la chiva y del rating.
Pensemos en territorio, pensemos en población, reflexionemos, valoremos nuestro voto, nuestra decisión en urna. Pongamos el dedo en la llaga dolorosa de las necesidades que requerimos. Apartémonos de lo soez y peligroso, del insulto, el populismo, lo poco o nada serio, el incumplimiento, la tiranía, el señalamiento, que se han convertido en divisa común de nuestra política y ello no es opción valedera.